domingo, 21 de noviembre de 2010

Fábrica de chocolate

Son las ocho de tarde y a través de sus grandes ventanales se pueden ver las cajas de mercancía que circulan sin parar. Dos grandes chimeneas custodian esta gran fábrica situada entre dos céntricas calles de Dunedin y de ellas sale un humo bastante espeso que se expande poco a poco. Pero dependiendo de la intensidad del viento, éste desaparece de entre las colinas cercanas que delimitan la ciudad. Esa es la fábrica de chocolate y su característico olor que envuelve este pequeño pueblo neozelandés a estas horas de la noche.

Podría decir que veo esto y huelo este olor, amargo y penetrante, cada día volviendo a casa. Esta fábrica se encuentra justo detrás del piso donde vivo. Pero además de este olor y estos ventanales formados de pequeños cristales, también me llama la atención, cada vez que camino cerca, unos grandes focos situados a lo alto de  dichas chimeneas que iluminan casi todo el recinto. Dunedin no se caracteriza por tener calles iluminadas, con farolas extravagantes y sicodélicas como he ido viendo, a medida que crecía, en la ciudad donde nací. Aquí, las farolas iluminan cada X metros, una distancia justa y necesaria para ver lo que pisas, además, sus formas y diseños son simples. Sin embargo, en esta fábrica de chocolate, la ayuda de estos focos de una gran intensidad facilitan la visualización del holograma de la marca Cadbury, una multinacional inglesa que fabrica chocolates de todos los tipos y que después de haberlos probado, he de decir que me recuerdan al delicioso chocolate suizo Milka -y es que hasta el envoltorio de ambos es de color morado. ¿Coincidencias?-.  Pero el caso, y ya me lo decía mi iaia, es que allá por dónde los ingleses pasan y conquistan lugares, éstos dejan su negocio, es decir, esa cultura del business que tanto les caracteriza. A largo plazo todos estos pequeños y grandes países acaban compartiendo parte de este modelo de vida. 

Ahora bien, adentrada en el mundo laboral, de entre una clase que a veces creo sentirme desencajada, la sociedad neozelandesa me vuelve a brindar la oportunidad de conocerla más y desde más adentro. Tanto es así, que por ejemplo, jóvenes de edades comprendidas entre 18 y 22 trabajan sin parar porque no quieren estudiar. Porque aquí, aunque el gobierno conceda un préstamo para financiar los estudios, algunos deciden no estudiar y trabajar, trabajar hasta, una vez cansados de estar en este pequeño país, viajar al país vecino porque "pagan más, se vive mejor y el tiempo, a veces de entre tormentas veraniegas, da tregua y es mucho más cálido", como decía Mellisa Parker el día que pusieron los horarios de navidad en el trabajo. Estas fechas tan señaladas están en medio de pleno verano y es inevitable pensar en no ir a la playa, pegarse un baño o hacer una barbacoa. 


Pero esta compañera de trabajo no es la única de entre los jóvenes que cruzan el charco. Los que no pueden volar a Europa, lo que viene a ser ir directamente a Londres (Reino Unido), toman la alternativa de quedarse en este mismo continente y a tan solo 3 horas se plantan en la costera ciudad australiana como lo es Sydney. Con ello, me atrevería a decir que este es el sueño de la mayoría, que con 22 años ya han acabado la carrera, después de haber estudiado durante tres años en la universidad, y tienen en mente el trabajar, coger algo de experiencia laboral y mudarse a Europa, donde pueden tener un trabajo con mejores condiciones, mejor pagado "y porque es Europa!", quienes algunos se lo imaginan "bonito, lleno de históricos edificios y calles, románticas y ambientadas, como París, Roma, Bruselas. O estar sentado en terrazas y con vistas al mar, disfrutando del vino y la buena comida en cualquier  ciudad mediterránea... u otras ciudades cosmopolitas como Barcelona, Londres o Berlín". 


Gore. Southern New Zealand.

Pero es que para hacer este recorrido tan largo y poder disfrutar de este sueño los neozelandeses han de ser pacientes, muy pacientes, y fuertes (quizás) para aguantar casi las 30 horas y pico que suele durar un vuelo a cualquier ciudad europea. Esto conlleva entonces, que la sociedad sea efectivamente paciente y en forma, que veas a gente correr a diario por la calle, el parque, los paseos y la playa, e incluso, que los obesos sean esas personas de clase baja, que viven a base de ayudas del estado y que tienen cinco hijos desde bien jóvenes. Porque resulta que las verduras y las frutas a veces alcanzan precios impensables, dependiendo de la temporada. Así que su alimentación, no muy rica en nutrientes, se basa en el fast food y el hecho de tener una dieta equilibrada se quedan por los suelos, ni se piensa en ello. Pero no puedo quejarme de algo que no me incumbe pues así está basada esta sociedad.  

Eso sí, con todo esto, solo me basta concluir y decir que parece ser que conforme pasan los meses y después de estas pequeñas apreciaciones, me amoldo a una sociedad que me está enseñando a ver una forma de vida de diferente manera. Ya que estoy en un país pequeño, con 100 ovejas y corderos por habitante, es tranquilo y vive en paz, sin molestar al vecino de enfrente o del cuarto piso. No hay edificios donde viven decenas de familias ni ascensores que se estropean cada dos por tres. Las verduras y otros manjares que añoro de mi ciudad son diferentes pero el tiempo aquí hace que algunas otras varíen. Y sigo con la idea de que me encanta el chocolate Milka pero una vez probado el cremoso chocolate Cadbury ya no sé cuál prefiero primero...

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S. Aparicio Ramírez

Buenos días mundo

Me comentan que estos días está lloviendo y hace feo en Valencia y que, incluso mejor porque así no entran más ganas, aún si caben, de salir...