domingo, 27 de junio de 2010

El arte del mundial

Hace cuatro años por estas fechas recuerdo que estaba en Valencia, mi ciudad natal. Si bien no había terminado ya los exámenes, estaría apunto de hacerlo. Al tratarse de este mes, debería de hacer un calor inhumando, húmedo, típico de esta ciudad. También, finalizado así el tercer curso de Periodismo, creo que tendría en la cabeza, entre muchas otras ilusiones, lo que iba a ser mi siguiente año académico. Posteriormente, debía empezar con todo el papeleo que necesitase para el último de la carrera ya que sería algo diferente. Se sumaba así, mi ansiada espera porque llegara la hora de optar al programa Erasmus. Después de varias consultas con tutores y de mi insistencia, me blindaban la opción de hacer un intercambio a nivel académico en la Ghent University, en la misma ciudad de Ghent, próxima a la capital europea. Para ello, sólo debía de dejar pasar un año más, esforzarme en conseguir todo lo necesario y aguardar. La decisión de seguir estudiando allí fue culpa de una flechazo. Años atrás disfruté del llamado Inter-rail, un viaje en tren con billete abierto aunque con fecha de caducidad a los 15 días. Asimismo, me permitió visitar tantas ciudades europeas (entre Francia y el Benelux) y descubrir otras tantas pequeñas y encantadoras, como ésta, en el céntrico país belga. No muy grande en cuanto a periferia y de unos 250.000 habitantes, Ghent es estudiantil, medieval y con un festival veraniego muy interesante y divertido.

Ese junio, además, estaría pensando en aprovechar el verano e irme a Sicilia. Porque durante los meses anteriores, el programa Erasmus que iba a vivir yo en un futuro, lo estaban haciendo, en ese momento, otros estudiantes italianos atraídos por Valencia, sus gentes y sus aguas. La suerte de cruzarnos en la calle y mantener una amena conversación ayudó a que meses más tarde, ese mismo junio, estuviéramos viendo juntos un partido de fútbol. Pero no uno cualquiera, o probablemente sí para quienes no les guste este tipo de deporte. Algunos ya se imaginarán de lo que estoy hablando y recordarán aquella final de la Copa del Mundo -Italia-Francia- celebrada en Berlín, Alemania. Un inquietante partido hasta el último segundo. En aquel momento, entre españoles e italianos fue el fútbol lo que nos unió y nos estaba sirviendo, de manera desinhibida, a mostrar sensaciones, alegrías y penas, y a compartirlas, con quienes a día de hoy, siguen siendo amigos míos. Tras aquello, no sabía muy bien aún cómo funciona eso de que un partido de fútbol llega a ser el punto de unión de muchas culturas, nacionalidades, diferencias lingüísticas, ciudades e incluso, pueblos. Pero allí, en Valencia, lo fue. Los muchos italianos estudiando en Valencia abordaron las calles (y no me cabe duda que harían lo propio en su país) y la 'Seven Nation Army' de The White Stripes acabó convirtiéndose en la melodía de la velada y en símbolo de la victoria.

Ahora, cuatro años más tarde, ya no es que me encuentre en la capital del Turia sino, aún más lejos, pues estoy a casi veinte mil kilómetros de distancia, y la sensación que por entonces experimenté, vuelve a conquistarme. ¿Por qué? Porque he podido pasar una noche entera esperando a ver un partido "importantísimo" -un Portugal-Brasil, dos países unidos por un mismo idioma- y luego, mantenerme despierta hasta que empezara a amanecer para ver el segundo de la jornada aún más "importantísimo" -Chile-España, otros dos países casados por la lengua-. Una noche que deja muchas anécdotas para el recuerdo, desde una película de Maradona (dirigida por el yugoslavo Kusturica, que aprovecho y recomiendo) hasta acompañando dicho largometraje con un fresco Calimotxo -mezcla de vino con coca cola propio del norte de España- y una pizza americana. En un futuro, y como ya dijo Paul Géraldy, "llegará un día que nuestros recuerdos serán nuestra riqueza".

Chileno y argentino en el partido Portugal-Brasil.
The Terrace. Dunedin. NZ

Mientras tanto, en Dunedin, cuando ya había visto el primer partido "importantísimo" y a las puertas de ver el sol y el siguiente enfrentamiento futbolístico, me percaté que la afición se comportaba de manera diferente y que las ganas estaban a otro nivel (siempre comparándolo con aquel partido del 2006). Y aunque en el bar había un sinfín de latinos, esta fase del mundial disputada no agitaba tanta fiesta. Quizás sea por eso, que ahora, me vuelve a la cabeza la idéntica pregunta que me hice aquel año: ¿cómo es posible que el fútbol pueda unir masas de todo el mundo? Y aquí que encuentro la respuesta, creo, adecuada, de parte de un chileno, "porque este torneo sólo se celebra cada cuatro años" (y punto). 

Pues sí, tan sincero y con tres horas de sueño (tras despertarse adrede para ver estos dos partidos), este chico me ofreció la mejor de las respuesta; y yo, ya no debería preguntármelo más. Ahora, reflexionando con todo un poco, además, de haber visto el mejor documental de Diego Armando Maradona, he llegado a entender parte del fútbol y de toques de balón. A posteriori ya sé que están las pequeñas bromas, discusiones y que algunos se divierten mientras se habla de una u otra jugada. Tal cual, en New Zealand, este mundial sirve para reafirmar que el fútbol no tiene fronteras. Además de que este deporte permite interatuar, divertirse, fusionarse, evadirse, dejarse llevar. Allá dónde un seguidor de su equipo asista a la retransmisión de un partido del mundial fuera de su país natal le invadirá la alegría. Por un lado, por haber nacido en el mismo sitio que los jugadores en el césped, este año sudafricano, y por otro, por estar celebrando, dicho pasaporte, en un país diferente y remoto por lo que le salpica algo de emoción y locura. El arte del mundial es así. 

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S. Aparicio Ramírez

sábado, 19 de junio de 2010

Y rugby porque me toca

¡Señoras y señores! ¡Niños y niñas! ¡Jóvenes...! ¡Ha llegado la hora…! Dunedin abre sus puertas a un centenar de aficionados. Los hoteles, hostales, back packers y B&B cuelgan el cartel de No Vacancies (completo); ondean las banderas, ya hay eventos varios preprarados para el momento y hostelería lista para la pre y post fiesta. El Carisbrook, con capacidad para 28.000 personas, alberga el mayor y último acontecimiento de la temporada; queda todo a punto para recibir…a los ¡All Black! feroces y vibrantes, contra Wales (Gales), los galaicos del Seis Naciones.

El conjunto de los gritos,  la fuerza, los golpes, la haka, la música, los aplausos y la afición, empiezan a crear una pequeña historia en mi cabeza antes del evento. Sin embargo, lo que para los grandes aficionados al rugby, el partido podría carecer de interés, para algunos otros más ignorantes en cuanto a reglas (esa va por mí) aguardar para ver este partido es inexplicable. Este partido de los All Blacks será mi primer y último al que asistir en este estadio. Es por eso que la ciudad cuenta con una doble celebración porque el Carisbook acogerá el último rugby de los kiwis, tras años de acontecimientos, ya que en la otra parte de la ciudad se está construyendo el nuevo y moderno pabellón para el Mundial de Rugby 2011, Forsyth Barr Stadium. De hecho, el pasado viernes, el entrenador de Wales se sintió un "privilegiado el estar aquí".

Por lo tanto, todo a punto para el sábado 19 de junio de 2010. Un día muy soleado, que podría confundirse por cualquier tiempo primaveral, una temperatura que oscila los quince grados y un viento fresco que golpea en mi cara mientras, son las 10.00 horas y me dirijo al departamento de lenguas de la University of Otago. Por delante me esperan seis horas de examen, práctico-teórico de inglés, para alcanzar la nota necesaria para el ingreso en el curso de Postgrado en Marketing. Mejor no pensarlo, creo que seis horas de examen no son para tanto cuando, al terminarlo, estaré festejando la primera haka -y partido de rugby neozelandés- en directo.

Así, horas más tarde salgo del examen con un pronóstico favorable (reconozco el estar algo relajada por los días que llevo aquí, la práctica y mi mejora del inglés –oh yeah-, más mi optimismo, me han servido de mucho). Así que un examen relevante finiquitado. Y ya de vuelta a casa, comienzo a contar los minutos para entrar, por primera, y recordar, última vez, al Carisbrook Stadium. Antes prefiero darme una ducha, luego ir a comer algo a casa de otras españolas y al dejar el piso, me invaden los nervios, en el estómago tengo un agujero y se me aceleran las ganas, muchas ganas de ver esto:



Pues ahí que me encuentro. Voy acompañada de otras chicas. Con la cantidad de gente que hay en las inmediaciones, por supuesto, que tenemos que hacer cola, y entretanto me quedo flipada viendo pasar la cantidad de aficionados llegados de toda New Zealand con dibujos en las caras, camisetas, bufandas y señas de los All Blacks. Pero ¿dónde está la mía? Bien, para meterme de lleno en el ambiente, me animo a pintarme una hoja de helecho, el mayor referente de los All Blacks, para así, entre la multitud de fanáticos, sentirme una más. Aunque veo algunas por ahí pintadas de una manera muy profesional.

Tras varios minutos de espera, no muchos, localizamos los sitios en la grada, nos acomodamos y entre pitos, aplausos y música, mucha música, salen los jugadores. Primero, Wales, más tarde, All Blacks, quienes, a mi juicio, se llevan la mayor ovación jamás vivida (disculpar aficionados del fútbol pero seguro que en esto me lleváis ventaja). Y tras pisar el césped, recibir elogios y canturreas, al final, escucho y veo la Haka con especial atención... -lo que viene a ser una de sus partes en castellano-:

¡Muero! ¡Muero! ¡Vivo! ¡Vivo!
¡Muero! ¡Muero! ¡Vivo! ¡Vivo!
Este es el hombre peludo (en la cultura maorí: hombre valiente)
Que trajo el sol y lo hizo brillar de nuevo
Un paso, otro paso
Un paso, otro paso
¡El Sol brilla!

El resto ya os lo podéis imaginar y sino, recreaos vosotros mismo para tener vuestra propia y excitante experiencia. Eso sí, el resultado fue un demoledor 42-9...

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S. Aparicio Ramírez

domingo, 13 de junio de 2010

Natural 100 por 100

Ahora sí, que sí, los días han pasado volando y ya hace dos meses, ¡dos meses!, que estoy en Kiwiland. Me sorprendo tanto porque ni yo me lo creo. Y ¿qué pueden ser 70 días aquí? Sin ir más lejos, justo se trata del mismo tiempo que voy dedicándole a este blog, y ya son muchas las anécdotas y reflexiones servidas. Pero seamos un poco más especiales, y aparte de celebrar estos días transmitiendo lo que puedo, debo mencionar (y más que me quedará por hacer, claro) una de las características más ricas del país. Como por ejemplo, 70 días en New Zealand pueden ser muy purificantes. ¿Estaré respirando el mismo aire que en el resto del mundo? ¿Estaré hidratándome de un agua natural? Si tenemos en cuenta que el país más cercano es Australia, a unos 2.000 kilómetros al sur-este, cruzando el mar de Tasmania, y otros vecinos más próximos desde la isla norte son Fiji, Tonga y New Caledonian, ¿cuál debería de ser la respuesta más acertada? De momento, sólo viendo la situación geográfica, este país está aislado del resto del mundo y creo que eso es un punto clave e indispensable.

New Zealand, divido en dos grandes islas, la del sur, contiene una de las más grandes zonas de bosque mixto autóctono, lo que se puede interpretar entre líneas: prohibido exportar piedras, flora o fauna. Si te pillan a la salida del país, estás perdido, hasta puedes ir a la cárcel. No obstante, otra cosa bien distinta es lo que se viene haciendo desde principio de siglo, introduciendo una gran cantidad de especies florales exóticas, sobre todo coníferos, procedentes de Norte América, y utilizando el Pino de Montrrey, usado en otros países como Chile o España, para su conservación. De hecho, en cuanto me surja la oportunidad iré al bosque a escuchar el silencio que transmite el kauri, un árbol que impresiona por su majestuosidad. 

No sólo de grandes parques naturales se caracteriza la isla sur, también hay que tener en cuenta la cantidad de aves, como las gaviotas que habitan en las ciudades y son muy ruidosas a la hora del atardecer, o, el kiwi, un ave ciego que no puede volar, ya tanto por su ceguera como por su incapacidad de levantar el vuelo sin alas que le ayuden a hacerlo; y muchas otras autóctonas que han desaparecido debido al exterminio masivo que han sufrido directamente a manos del ser humano o indirectamente, por la introducción en el terreno de especies alóctonas, entre ellas, y aunque resulte gracioso, las ovejas.

Así que dentro de toda la naturaleza y vida animal, los tres tópicos de New Zealand por excelencia son dichas ovejas -actualmente unos 50 millones-, el kiwi -endémico ave e icono nacional- y el hoki. ¿Hoki? Entre la amplia variedad de productos marinos, el hoki, es un pequeño pez típico de aquí. Además, es el pescado más consumido y exportado del país. El miércoles lo cociné y comí y podría decir que su sabor es similar al lenguado mediterráneo y/o a la merluza, aunque a ésta con una textura más suave. Dicho esto, ya he descubierto algunas de las reservas escondidas en New Zealand, una superficie que comprende unos 270.000 kilómetros con 15.134km de costa. Lo que significa que no hay más de 120km desde cualquier punto de la isla al mar.

Todo lo original de este país reducido a lo natural y acompañado de la segunda lengua oficial del país, el Maori, que para juzgar vosotros mismo, si se traduce New Zealand a esta lengua indígena este nombre significa: Aotearoa, comúnmente traducido al inglés como The land of the long white cloud (La tierra de la larga nube blanca). Y es verdad, hoy vi pasar una de esas largas nubes blancas como Aotearoa significa. Pues más me vale ser precavida y tras mis primeros 70 días, sí, purificantes, creeré que, finalmente, el aire que respiro es mucho más limpio y natural y el agua que bebo, directamente del grifo, podría ser más pura aunque no más buena que la que solía tomar embotellada.

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S. Aparicio Ramírez

domingo, 6 de junio de 2010

El flequillo lo inventaron las asiáticas

En el mundo anglosajón que me rodea, las costumbres empiezan a verse corrientes, el vestir algo extravagante y la diversidad étnica rebosante. Si bien creí estar volando al país de los kiwis -frutos y pájaros-, de las playas kilométricas donde surfear, bucear y tomar el sol y, de las personitas repletas de protección solar, algo rosadas una vez ésta es absorbida, por un sol abrasador. La realidad, una vez instalada en New Zealand, es bien distinta. Aunque ya empiezo a distinguir a los maori, tonga, samoa o fiji, sus descendencias y sus bailes, ahora le toca el turno, por simple curiosidad y porque muchas veces me he preguntado cómo debería hacerlo, a la grandísima sociedad asiática y con ésta, la apertura de toda una gama de rasgos orientales más ojos oblicuos por doquier. Entre tanto, Dunedin alberga un jardín floral, estilo oriental, llamado Chinese Garden.

Chinese Garden. Dunedin. NZ

Por norma general, esta heterogénea comunidad, en este país, no tiende a hablar un correcto inglés y muchas veces, por más que se esfuerzan, renuncian a conseguir una apropiada pronunciación. No obstante, vienen a New Zealand para aprenderlo. Geográficamente este es uno de los países de habla inglesa más al alcance, ya sea por sus múltiples convenios con las universidades más relevantes o por la facilidad de conseguir un visado de larga estancia. Como por ejemplo, Japón, que tiene estrechas relaciones con este país con un amplio abanico de dichos acuerdos académicos. De hecho, algunas privilegiadas adolescentes estudian en el llamado Columba College (una escuela exclusivamente de chicas) que cuesta mucho más barato que estudiar en un colegio bilingüe de su ciudad.  De esta manera, se entiende porque la oferta académica es la segunda fuente de ingresos después del turismo; doble beneficio para el país, tanto a nivel académico como para los kiwis ya que algunas familias acogen a dichas estudiantes durante el año escolar. Y ocurre algo parecido entre los universitarios, quienes a la hora de compartir piso, serían los más competentes de vivir en una casa disfrutando la vida diaria o bien, con una familia neozelandesa o, con una persona mayor. Además de que algunos de sus anuncios en la facultad, exigen al siguiente inquilino que sea asiático para "sentirse más cómodo" -según me comentó mi amigo coreano, Simon-.

Sin embargo, personalmente, comparando mis valores una vez me dispongo a viajar a otro país son bien diferentes a los suyos. No hay más que verlos, y hablo desde un punto de vista global, por carácter - introvertidos e independientes y aparentemente serios-, por cultura y por gustos alimenticios, siempre van juntos, reunidos, formando pequeños grupos. Pero, también están los que han nacido en New Zealand, quienes tienen abuelos que llegaron a las islas en busca del oro encontrado en millones de rincones perdidos. Éstos son los que hablan un perfecto inglés, también son consumidores de productos asiáticos a pesar de su lugar de nacimiento y no se integran con los kiwis aunque crecen rodeados de ellos.

Entonces, si los abuelos son aquellos que llegaron al lugar perfecto en su momento espléndido, los familiares serán ahora los dueños de un sinfín de propiedades hosteleras. Y, efectivamente, así es. Por ejemplo, a día de cobrar el que fue mi último salario en Liberty Lounge (pub donde solía trabajar días sueltos los fines de semana) me entero que el propietario, Shami, con cuatro hijos, originario de Sri Lanka y cansado de trabajar en los night clubs, ha vendido el local a un padre y su hija, ambos chinos, por un modélico precio que no me aventuro a mencionar pues llevaba intentándolo vender unos seis meses. De este modo, por un lado, ya hay una pista: los chinos regentan bares, pubs, tiendas baratas donde encontrar todo tipo de artículos y... ¿algo más? Porque por otro lado, los coreanos tienen hoteles, salas de bailes y lujosas coctelerías. De hecho, mi amigo Henry, me llevó a una que era una auténtica pasada, tanto por su decoración como por su menú variado, selecto y llamativo.

Así que ahora mi siguiente paso se trata de eso porque como he dicho antes, tengo una especial curiosidad de reconocer a quienes vienen de países orientales, estudian por un largo período, se ubican en Dunedin y administran el ocio de la ciudad. Si tuviera delante a un grupo de asiáticos -chinos, japoneses, coreanos, taiwaneses y algún que otro oriental más-, no sabría bien cómo distinguirlos. Con ellos, quizás, los escasos pelos en la barba jugase en mi contra y con las chicas, la homogeneidad de sus flequillos rectos y oscuros, me dificultase ver la oblicuidad de sus ojos cuya característica, precisamente, es casi imprescindible para determinar una clara elección. Y la que eligiera debería de ser la correcta porque a más de uno ofendería con mi respuesta.

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S. Aparicio Ramírez

Buenos días mundo

Me comentan que estos días está lloviendo y hace feo en Valencia y que, incluso mejor porque así no entran más ganas, aún si caben, de salir...