Me despierto y me doy cuenta que ya estoy a 1 de junio, día soleado, frío, tranquilo, siendo un martes cualquiera, me siento más feliz y orgullosa.
Por un lado, me atrevo a decir que estoy más boyante que de costumbre porque, creo que, tras casi dos meses en Dunedin mi estancia va encaminándose de una forma satisfactoria. He de admitir que también es cierto, que tras estas semanas, no he parado de ir de un lado para otro y cuando he querido detenerme, tranquilizarme y darme algunos minutos de calma, me he venido abajo. Por lo que he preferido mantenerme ocupada y que pequeñas estupideces no me afectaran lo más mínimo. Así, he tenido que seguir dándole forma y sentido a todos estos días ya pasados. Con el resultado de que un martes cualquiera estoy más feliz porque mis objetivos siguen al pie del cañón y por aquello de que se dice ‘quien algo quiere algo le cuesta’. Y digo esto, una vez ubicada en un piso que me encanta. Sin embargo, no tiene nada que ver con las típicas casitas kiwi y con el helor que en ellas se respira por ser viejas y mal aclimatadas. En éste, he creado mi propio espacio desde el primer día que entré. Un flat (apartamento) con siente habitaciones, un comedor enorme con una cocina americana, una terraza, una ducha, un váter, un cuarto de baño y un trastero. El primer y último piso corresponde a este sitio.
Entre tantas estancias perdidas en un largo pasillo, algunas cuentan con un gran ventanal. Por el mío entran algunos rayos de sol y por las noches, la luz naranja e intensa de una farola valenciana refleja en mi cama. También, durante la madrugada, oigo los trenes mercantiles pasar pero no importa, en este lugar me siento como en el décimo piso de mi casa con vistas al mar y eso, aunque parezca una tontería, aquí y ahora tiene mucho valor.
Entre tantas estancias perdidas en un largo pasillo, algunas cuentan con un gran ventanal. Por el mío entran algunos rayos de sol y por las noches, la luz naranja e intensa de una farola valenciana refleja en mi cama. También, durante la madrugada, oigo los trenes mercantiles pasar pero no importa, en este lugar me siento como en el décimo piso de mi casa con vistas al mar y eso, aunque parezca una tontería, aquí y ahora tiene mucho valor.
Pues todo este optimismo se debe a la larga espera para poder formar parte de esta banda y de su resultado ya que ha sido más que gratificante. Dentro del desorden en este piso se siguen unas rutinas ya marcadas y fijadas con anterioridad que funcionan fenomenalmente. Entonces, entre algunas de éstas, llega el turno de cocinar un día de cada semana –¡nooooooooo!- y con ello bromeo. Gracias a mi hermano -gran cocinero donde los haya- me he equipado de unas cuantas recetas fáciles y gustosas. Me imagino que llegaré al nivel porque estas chicas cocinan platos deliciosos y saludables. A pesar de que sólo se haga una comida -cena- al día, ya me he dado cuenta de cómo funciona la historia.
Así, con la entrada del mes más frío en Dunedin –y no quiero pensar en las altas temperaturas, el sol caliente y la llegada de las terracitas en España pero pienso- estoy más contenta aunque las temperaturas sigan bajando. Pasado este mes invernal, estaré empezando la universidad: más estudios, nuevos e internacionales conocimientos y exámenes pero ante todo, llegará una nueva etapa. Lo que, por otro lado, me conduce a sentirme orgullosa. Se trata de uno de esos momentos decisivos y complicados que antes no había tenido ocasión de tomar y que ahora, tras días de encuentros, charlas, desencuentros, papeleo y jaleo, mucho jaleo, tienen una aprobación casi del 100 por 100. El objetivo marcado y la consiguiente elección son la excusa perfecta para pensar que aun soy joven (ya ves…), estoy motivada por absorber nuevas ideas, en Europa corren malos tiempos y la gente que dejé allí me sigue pensando y mandándome fuerzas. Pues si no pensara así, estas ganas y esta exaltación que me invade un martes cualquiera se vendrían abajo y por distancia y, a veces, por soledad sería mejor no barajar esta opción. Me emociono a cada segundo y la energía positiva no es que dure para siempre, pero intento hacer lo posible para que al menos siga funcionando. Pues escribo para recordar y leo para no olvidar.
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S. Aparicio Ramírez