lunes, 31 de mayo de 2010

De martes y la felicidad











Me despierto y me doy cuenta que ya estoy a 1 de junio, día soleado, frío, tranquilo, siendo un martes cualquiera, me siento más feliz y orgullosa.
Por un lado, me atrevo a decir que estoy más boyante que de costumbre porque, creo que, tras casi dos meses en Dunedin mi estancia va encaminándose de una forma satisfactoria. He de admitir que también es cierto, que tras estas semanas, no he parado de ir de un lado para otro y cuando he querido detenerme, tranquilizarme y darme algunos minutos de calma, me he venido abajo. Por lo que he preferido mantenerme ocupada y que pequeñas estupideces no me afectaran lo más mínimo. Así, he tenido que seguir dándole forma y sentido a todos estos días ya pasados. Con el resultado de que un martes cualquiera estoy más feliz porque mis objetivos siguen al pie del cañón y por aquello de que se dice ‘quien algo quiere algo le cuesta’. Y digo esto, una vez ubicada en un piso que me encanta. Sin embargo, no tiene nada que ver con las típicas casitas kiwi y con el helor que en ellas se respira por ser viejas y mal aclimatadas. En éste, he creado mi propio espacio desde el primer día que entré. Un flat (apartamento) con siente habitaciones, un comedor enorme con una cocina americana, una terraza, una ducha, un váter, un cuarto de baño y un trastero. El primer y último piso corresponde a este sitio.


Entre tantas estancias perdidas en un largo pasillo, algunas cuentan con un gran ventanal. Por el mío entran algunos rayos de sol y por las noches, la luz naranja e intensa de una farola valenciana refleja en mi cama. También, durante la madrugada, oigo los trenes mercantiles pasar pero no importa, en este lugar me siento como en el décimo piso de mi casa con vistas al mar y eso, aunque parezca una tontería, aquí y ahora tiene mucho valor.

Pues todo este optimismo se debe a la larga espera para poder formar parte de esta banda y de su resultado ya que ha sido más que gratificante. Dentro del desorden en este piso se siguen unas rutinas ya marcadas y fijadas con anterioridad que funcionan fenomenalmente. Entonces, entre algunas de éstas, llega el turno de cocinar un día de cada semana –¡nooooooooo!- y con ello bromeo. Gracias a mi hermano -gran cocinero donde los haya- me he equipado de unas cuantas recetas fáciles y gustosas. Me imagino que llegaré al nivel porque estas chicas cocinan platos deliciosos y saludables. A pesar de que sólo se haga una comida -cena- al día, ya me he dado cuenta de cómo funciona la historia.


Así, con la entrada del mes más frío en Dunedin –y no quiero pensar en las altas temperaturas, el sol caliente y la llegada de las terracitas en España pero pienso- estoy más contenta aunque las temperaturas sigan bajando. Pasado este mes invernal, estaré empezando la universidad: más estudios, nuevos e internacionales conocimientos y exámenes pero ante todo, llegará una nueva etapa. Lo que, por otro lado, me conduce a sentirme orgullosa. Se trata de uno de esos momentos decisivos y complicados que antes no había tenido ocasión de tomar  y que ahora, tras días de encuentros, charlas, desencuentros, papeleo y jaleo, mucho jaleo, tienen una aprobación casi del 100 por 100. El objetivo marcado y la consiguiente elección son la excusa perfecta para pensar que aun soy joven (ya ves…), estoy motivada por absorber nuevas ideas, en Europa corren malos tiempos y la gente que dejé allí me sigue pensando y mandándome fuerzas. Pues si no pensara así, estas ganas y esta exaltación que me invade un martes cualquiera se vendrían abajo y por distancia y, a veces, por soledad sería mejor no barajar esta opción. Me emociono a cada segundo y la energía positiva no es que dure para siempre, pero intento hacer lo posible para que al menos siga funcionando. Pues escribo para recordar y leo para no olvidar.

Cada día estoy más convencida de que las cosas van bien encaminadas y de que aunque esté lejos, la felicidad de una misma influye. Éste es un punto a favor pero la compañía y las gentes que te rodean es otro, aún más clave y fuerte. Mientras, no me puedo quejar porque en este país las relaciones interpersonales pasan tan deprisa que no me da tiempo a distinguir la buena y la mala gente sólo, las conexiones e impresiones me sirven y me sobran. Total si se trata de un martes cualquiera y estoy feliz.


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S. Aparicio Ramírez

viernes, 21 de mayo de 2010

¡Qué suene la música!



Un día lluvioso en Dunedin augura la entrada del invierno. Se trata de uno de esos días grises y nublados que dan que pensar en cosas más allá de las cotidianas, como por ejemplo, de los pequeños y delirantes secretos que esta ciudad me muestra cada día. La sensación que tengo ahora mismo se parece a la que pueda tener un disco de música, llegado el momento de insertarlo y seguido de su característico zumbido cuando la célula fotoeléctrica empieza a leer las pistas. Finalmente, pasados unos segundos, comienza a sonar su primera canción. A veces, si el cd se ha escuchado muchas veces, te asustas con alguna que otra canción pues ésta está rallada. Se pierden, así, las magníficas letras que sonaban al principio y que por lo tanto, ya no volverán a sonar bien, de hecho, muy probablemente es que ya no puedas volver a escucharlas desde ese mismo cd. Tal vez, el audio esté dañado por culpa de las canciones favoritas, pero entonces, cuando más se reproduce y suenan las siguientes, descubres que éstas también te gustan, que son parecidas aunque sus letras lanzan otros mensajes. Así cuando crees que has adquirido todas las primeras sensaciones, llega el momento de apretar el play y saltar la canción o canciones inteligibles para que el disco siga girando. Y ¡cómo molesta a los oídos cuando la canción no se escucha bien!
Mi cuerpo rueda al mismo compás que un cd, más confidente y caliente, más acoplado a una sociedad que poco tiene que ver con la europea (¿englobamos a Inglaterra en este término? No, mejor dejarlos en sus islas y con su Reina madre. En ambos casos son puntos de unión). Y si yo soy el disco, un particular susurro en mi mente me obliga a recordar y comparar, instintivamente, las anteriores sinfonías escuchadas y así llegar a recuperar algunos de los momentos ya vividos. Pero resulta que aquí y ahora la canción retumba a otro ritmo. Las costumbres kiwis comienzan a acelerarse y van convirtiéndose en mías también.
Y entre toda mi colección de discos encuentro significativos datos que me ayudan a escuchar, esta vez de otra manera, una nueva balada. Las nuevas melodías son abundantes, es por eso que en Dunedin la música no se ralla y con cada nota que tropiezo hay algo más que me gusta. No puedo encontrar nada en el disco que me haga escuchar una pista una y otra vez porque todo suena diferente. Tampoco los días de la semana canturrean del mismo modo. El día de hoy fue lluvioso pero mañana quizás salga el sol, y pasado esté nublado. Y aunque inconscientemente me proponga poner una nota a cada movimiento, el efecto es que cada canción acaba siendo un nuevo poema.
En una ciudad estudiantil, pequeña y otoñal las notas se las lleva el viento. Pero lo que la hace distinta son esos sitios bohemios y discretos donde encontrar a los mejores cantantes. En calles oscuras las mejores sopas de letras. En bares insospechados oír una serie de voces antiguas. Y dónde hay modestos estudios de arte, descubres sofisticadas salas de concierto.


Por eso que si algo tengo que destacar en Dunedin es la originalidad de sus sitios. Esta ciudad cuenta con distintos estilos musicales dirigidos a todos esos intérpretes. Cada lugar esconde un pequeño secreto y hay pocos bienaventurados forasteros que lo encuentran. Quien lo hace, y este es mi caso, es porque ha sido conducido hasta allí. Una extranjera no podría haber entrado en un lugar donde su apariencia es fría y deshabitada (yo no lo hubiera hecho por desconfianza). Es por eso, que es bueno decir, que la compañía siempre ayuda. A partir de entonces, la música no se aprecia igual. Así, empieza a sonar otra canción y al final es el tiempo el que me hace sentir más cómoda y satisfecha. Lo cual hace que cada segundo de la melodía me empiece a gustar más y más. Sin embargo, no hay que olvidar, que el cd tiene algunos segundos en blanco, donde no se oye nada, son mínimos pero son necesarios. Ese expectante tiempo me sirve para valorar la canción y para darle un sentido.


Entonces, podría decir que estoy entre ese intervalo, a punto de escuchar una nueva sinfonía. Este disco llega cargado de notas agudas. Vivir con otras seis chicas va a cambiar el título a mi kiwi cd. Me dispondré a crear una nueva orquesta y durante los siguientes siete meses espero que, a parte de ser mis compañeras de piso, sean también, mis acompañantes en la banda. Por el momento, ya con el cd en marcha la siguiente canción ha sonado con un estilo melódico, ambiental y lleno de numerosos subestilos que sería incapaz de describir. El primer contacto ellas reflejaron placidez y confianza. La vida conjuntamente, como cocinar, cenar, hablar y mantener estrechas relaciones, construidas entre todas, creará uno de los mejores coros. Es my típico entre los kiwis que las cosas se hagan relajadas y con sintonía. Quizás la canción me guste tanto que acabe rallando el disco. Eso sí, yo pondré mi nota en cada momento para, que al menos, suene mejor. 


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S. Aparicio Ramírez

jueves, 13 de mayo de 2010

Estaba pensando...

Porque me han entrado ganas de dedicar esta entrada a los cuatrocientos millones de personas que hacen que el resto del mundo se sienta atraído por ellas. Porque la cultura ayuda y es casi fundamental. Porque no había tenido ocasión de percatarme que habían cuatrocientos millones de personas en el mundo. Porque me han servido casi estos 20 mil kilómetros de distancia para apreciarlo. Porque estos cientos millones están repartidos en 24 países. Porque en el país que me encuentro he tenido la sensación de sentirme ‘especial’. Porque tengo que dar todos los motivos emergentes para justificar este sentimiento. Porque me han definido más de una vez como ‘loca’. Porque la sociedad ha incitado a que sea así. Porque se nos caracteriza por la fiesta, las relaciones cercanas y el buen rollo. Porque eso me gusta, es más, me motiva. Porque he hablado con Mister Pan de la siesta y se ha quedado boquiabierto. Porque además, he hablado del famoso café-bombón. 
Porque he cogido, mordido y tirado la manzana. Porque hay gente realmente apasionada. Porque todo tiene más sentido cuando hay cuatrocientos millones de personas en el mundo. Porque de estos cientos de personas me he cruzado con una decena. Porque no creí encontrarlas. Porque nunca es tarde para descubrir cuántos millones tiene el mundo.
Porque Simon es coreano y se siente Kiwi. Porque los hermanos Thomas y Rosy son kiwis y hippies. Porque he descubierto una nueva melodía que canta el abecedario. Porque estoy aprendiendo más inglés. Porque creo que tengo más oportunidades. Porque estoy descubriendo otra faceta mía. Porque estoy emocionada por enseñar. Porque la música traspasa fronteras. Porque la salsa traspasa fronteras. Porque me siento afortunada.
Porque han transcurrido los días y mi mente ha estado ocupada. Porque tuve la ocasión de conocer a Megan (investigadora americana). Porque ésta me ayudó con algún que otro papeleo burocrático. Porque he impreso cuántos carteles llamativos y colgado en la universidad. Porque el nombre de Otago es una región y también una institución. Porque hay alrededor de unos 30.000 estudiantes en Dunedin y algunos ya han cogido mi contacto. Porque controlo dichos carteles cada día para ver si hay alguno menos.
Porque las tiendas ofrecen prendas totalmente diferentes. Porque aquí está llegando el invierno y mi cuerpo no lo concibe. Porque soy de sangre caliente. Porque me resulta interesante como la televisión en New Zealand trata asuntos de índole internacional. Porque hay unos cinco millones de kiwi repartidos en dos islas.
Porque he obtenido más de una respuesta con un ‘wow!’. Y porque me gusta ver su consiguiente expresión facial. Porque it sounds too nice! (¡suena demasiado bien!).  Porque algunos lo hacen más lento, otros acortan, otros lo hacen más sensual y otros ‘correctamente’. Porque yo vengo del este y tú vienes del sur. Porque soy morena y aquí son rubias. Porque los cuatrocientos millones de personas pueden ser de muchos colores. Porque hay tantos millones que deben sentirse importantes. Porque 24 países se dice muy rápido. Porque estos millones pueden ser criticados. Porque se aceptan dichos comentarios. Porque son muchas personas que integran el mundo. Porque se puede estar más cerca por un solo vínculo. Porque mientras practicaba mi pronunciación inglesa conocí a Henry. Porque este kiwi era esquiador de élite y se fue a Argentina de intercambio. Porque las costumbres argentinas son italianas también. Porque me gusta el Mediterráneo. Porque ya no hablo tan sólo de una península. Porque tengo familia en Argentina. Porque llegó la Guerra Civil y familiares inmigraron. Porque hay antepasados y por lo tanto raíces.

Language Department. University of Otago. 
400.000.000 Hispano hablantes.

Porque los cuatrocientos millones de personas crean el futuro. Porque seguimos creciendo. Porque we are a lot (somos muchos). Porque a esos cuatrocientos millones les une una lengua. Porque tal vez a todos estos millones no les una nada más. Porque dentro de los 24 países se hablan otras lenguas. Porque puedes pasar desapercibido. Porque no importa tu lugar de origen. Porque tus principios los adquieres conforme vives y dónde vives. Porque existe la duda de posicionarlos los segundos o terceros en el mundo. Porque nos empeñamos en aprender otros idiomas. Porque este aprendizaje enriquece. Porque consigo ricos valores. Porque soy latina. Porque a parte de ser española soy del mundo. Porque formo parte de estos cuatrocientos millones de personas. Porque debo dedicarlo a todos vosotros/nosotros. Porque sino formara parte de estos cua-tro-cien-tos-mi-llo-nes-de-per-so-nas y el lazo universal que las abraza, no me habrían pasado todas estas y otras sensaciones. Porque sólo son algunas.

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S. Aparicio Ramírez

viernes, 7 de mayo de 2010

Salsa. Puñetazo. Peripecias.

La vida nocturna en Dunedin comienza un miércoles y termina un martes, eso, para los que se lo saben montar muy bien. Yo, por el momento, espero el fin de semana que me permitirá disfrutar y tener algo de vida social. Lo cierto es que ya tuve ocasión de salir por la zona de bares y pubs. No es que me sintiera muy a gusto o como dirían los argentinos, muy en mi onda. El primer contacto lo tuve un viernes por la noche acompañando a una mujer de 46 años a un sitio donde cada viernes se baila salsa. Mira, ¡qué casualidad! Lo mismo me pasó cuando llegué a Edinburgh. David, un valenciano que ya estaba viviendo allí unos cuantos meses, me llevó mi primera noche al Cuba Libre. Y ahora, que me vengo a miles de kilómetros de Europa, me ocurre lo mismo. No soy muy aficionada a este tipo de música y ni mucho menos experta en este tipo de baile. Cuando eres española inconscientemente se te relaciona con la salsa, el merengue, la rumba y los mojitos. Y en esto último no andarían muy mal encaminados. Aún así, corrígeme si me equivoco, creo que en España no hay tanta conciencia del baile latino como lo tiene fuera de ésta. De hecho, donde más se practica es en Latino América y si tienden a confundirnos será por ¿el idioma? Pero nos confundan o no, como ya pude comprobar, tanto en Escocia como aquí la gente que baila salsa son auténticos profesionales. Se suelen reunir en el mismo sitio cada semana, una sala con capacidad para unas 60 personas, la música alta, muy poca ventilación (más de uno acaba sudando) y las parejas se van intercambiando. En este caso, mejor seguir bebiendo del cocktail, echarse a un lado y no provocar la petición de baile, sino, ¡estás perdida!

Helicóptero aterrizando en el Dunedin Hospital. NZ.

Después de ese viernes, también salí al día siguiente con un grupo de chicos y chicas que rondaban los 19 años. Como era de esperar, la noche me deparaba otro tipo de ambiente y otras sensaciones; hasta se atrevieron a decirme sí tenía 17 años. ¡Vaya locura! Tengo que admitirlo, yo no puedo decir lo mismo. Las chicas en esta ciudad me confunden, no puedo arriesgarme a decirles una edad porque las que me parecen que tienen más edad resulta que son más jóvenes y viceversa. Esta no es sólo mi impresión, también la comparto con algunos extranjeros. No hay duda, cuando salen de fiesta, arregladas, con taconazos, sin medias y congeladas, pierdes la orientación fácilmente.

Durante la noche nos adentramos en una decena de bares. Por la calle llamábamos la atención, seríamos una veintena de personas (aunque al final de la noche quedamos seis). En un momento, nos detuvimos y esperamos a que sus amigos terminasen de pegarse. Así, tal cual, como algo corriente. Mientras tanto ellas conversaban, se reían, se lanzaban piropos (¡qué mono es tu vestido!) y no hacían nada, ni por remediarlo, ni por detenerlo. En este caso vi a estos conocidos que, sin motivos aparentes, decidieron enzarzarse con otro grupo.

Además, esa noche vi alrededor de unas cinco peleas; la primera vez, pregunté a las adolescentes que estaban conmigo la cotidianidad y por consiguiente, la trivialidad que suponía esto. A lo que me contestaron con una total naturalidad y desatención: They are idiots! (¡Son idiotas!). El momento transcurrió así: ellos podían estar pegándose sin ningún sentido, si bien fuese para comprobar su fuerza o vete tú a saber, y ellas aguardaban en un lado, hablando, fumando, y riendo ó, yendo al baño en grupo.

La velada aún traía más historia. En el momento de coger un taxi, unas 25 personas hacían cola, que si parejas de enamorados, que si grupos de amigos, de amigas que si dos chicas solas y de repente, un chico que bajaba la calle ladeando. Yo lo vi. Una de las primeras en la fila estaba esperando al siguiente taxi y, sin darse cuenta, recibió un puñetazo. El chico se alejó sin más, la joven entró en el taxi, lloró, habló por teléfono, el taxista no arrancó, la cola no avanzaba, las conocidas que estaban conmigo empezaron a quejarse, entre la gente se armó un revuelo y yo seguí con la boca abierta unos segundos más. Cuando reaccioné, intenté contar a las chicas lo que estaba pasando, porque parecían no darse cuenta y porque las quejas no venían dadas por lo que el chico había hecho, pues éste ya había desaparecido. Ninguna de ellas me hizo caso, me dirigía a sus espaldas y lo único que les interesaba era que llegase su ‘puñetero’ taxi. Al cabo de una semana, apareció en el periódico una noticia relacionada con la agresión donde la joven había denunciado al chico. En ese mismo diario encontré una publicidad en la que se anunciaba el porcentaje de jóvenes embriagados y hospitalizados tras una noche de juerga. 

Claramente esto es un reclamo para paliar la agresividad que conlleva el beber alcohol deprisa y dulce. Y no cabe duda de que las autoridades están al corriente de lo que sucede por las noches.
Igualmente, y no sé si el gobierno kiwi lo sabrá, esa misma noche descubrí que los coches que llevan puesto un cartel For sale (se vende) no significa exactamente eso. Éstos son anuncios para mandarse mensajes, concretar una hora, un lugar y encontrarse para hacer carreras ilegales. 

Sin más, este fin de semana en Liberty Lounge volveré a escuchar salsa y escabullirme detrás de la barra será la excusa (para no tentar a la suerte). Otro día cenaré con unos conocidos e iré a una flat party (fiesta en un piso). Así que casi mejor no predecir lo que me pasará; no pensar en nada ni cavilar a medias. Eso sí, la ubicación de mi habitación 304 ayudará a que no tenga que coger un taxi, me evitaré colas, puñetazos y mal estar. Pues se quedará en un sin fin de peripecias nocturnas.

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S. Aparicio Ramírez

domingo, 2 de mayo de 2010

Un 2 de mayo

Un 2 de mayo en Dunedin no es un 2 de mayo cualquiera. Ni por asomo, tiene algo que ver a un 1 de mayo, que hasta entonces creía que se trataba de una conmemoración internacionalmente celebrada como el Día del Trabajador y ahora descubro que mayormente se trata en el marco europeo. ¡Pues vaya desilusión! En fin, dicho esto, debo confesar que escribo desde la recepción de un hotel. Ese espacio por el que transcurren decenas de personas anónimas, viajeras y extranjeras con el fin de encontrar un lugar donde albergarse. El Hotel Victoria, situado a escasos minutos del centro, ofrece alojamiento económico con necesidades básicas como baño en la habitación, termo para el famoso té inglés, neverita, televisión y secador. De vez en cuando hago una visión general a mi alrededor, miro a través de los ventanales y pienso en la posibilidad de que algunos de esos turistas cruce el umbral. Pero no llegarán. Así que más me vale pensar en cómo ha sido el transcurso de los días y éstos, todas las incertidumbres que me siguen dando.

Un 2 de mayo en el Hotel Victoria significa estar sentada tras el mostrador de la recepción intentando aprender el nuevo sistema de entradas y salidas de los huéspedes. Aunque resulta que por mucho que lo aprenda no lo utilizaré hasta pasados unos días, cuando el hotel encienda la luz verde de Open (abierto). Sin embargo, hay unas cuantas habitaciones ya ocupadas por algunos coreanos, entre ellos, un señor bajito con el que tengo la ocasión de cruzarme en el ascensor y otros tantos, amigos del manager. Estos últimos están en el hotel casi afincados ayudando al encargado con las labores de limpieza. Yo también lo hice, el Día del Trabajador estuve limpiando baños, habitaciones, pasillos...

Un 2 de mayo en una ciudad situada en la isla sur de New Zealand significa que he pasado de estar viviendo en St Kilda, a hora y media andando del centro y en una casa que no me correspondía, a vivir en la habitación 304 del hotel situado en pleno centro. ¡Cuántas vueltas da la vida! Hoy aquí, mañana allí. Ni siquiera tenía pensado este giro de 180º. ¡Trabajar como recepcionista y a cambio tener un sitio dónde dormir! (Vuelvo a reflexionar). De ahí, que una de las vueltas que ha supuesto mi vida en Dunedin sea el encontrarme hoy mismo en este lugar. Esto acarreado, entonces, por una serie de relaciones que me envían hasta aquí. No debería referirme a que la vida da tantas vueltas que son innumerables, más bien, me podría referir a la serie de relaciones que conlleva la vida para justificar de alguna manera, el hecho de estar en la entrada de un hotel y tener mi dormitorio 3 pisos más arriba.

Un 2 de mayo en una ciudad de unos 100.000 habitantes, ayuda a recapacitar sobre el camino ya recorrido y sobre todo lo que ya me ha sucedido, como por ejemplo, conocer a gentes de Argentina, Francia, New York, Chile, Corea o Granada. Asimismo, me quedo alucinada pensando ¿Qué hago en la recepción del Hotel Victoria? No tengo que irme muy lejos, mi oferta como profesora dando clases de Spanish me da la respuesta. ¿Clases de español? ¿Oferta? ¿Qué tiene que ver todo esto? Sencillamente, entre mis 5 nuevos alumnos, un tal Simon (Saimon en versión anglosajona) se muestra entusiasmadísimo por aprender la lengua latina y decide tomar mis clases por un tiempo. Tras una hora de lección, nos enredamos a hablar de nosotros mismos. ¡Y ahí está lo que conduce al siguiente paso! Simon, originario de Corea y estudiante de tercero en la Universidad de Otago, conoce al manager de un hotel (por entonces desconocido), quien necesita ayuda para poner en marcha el Resort regentado por un nuevo dueño (el hombre bajito que me crucé en el ascensor).  No hay más que hablar, todo esto se trata de una serie de relaciones encadenadas. Empezando desde mis anuncios en la universidad como profesora de Spanish llegando hasta los alumnos, Simon, la lección, la conversación, la información, las decisiones, una balanza y el cambio.

Por el momento, parte de las 2 horas y cuarenta minutos que tenía por delante trabajando las dediqué a escribir; el resto, a charlar con un conocido argentino de Tucumán que se pasó por el vestíbulo, iluminado y desangelado, para hacerme compañía y amenizar no sé cuánto tiempo tenía desocupada. Gracias, entonces. Un 2 de mayo en Dunedin no puede ser un 2 de mayo cualquiera.


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S. Aparicio Ramírez

Buenos días mundo

Me comentan que estos días está lloviendo y hace feo en Valencia y que, incluso mejor porque así no entran más ganas, aún si caben, de salir...