miércoles, 8 de diciembre de 2010

Solo podría pasar en NZ

Purakanui Bay. Southern Island. 
New Zealand.


Ahí va una lista de las 40 (cuarenta) sensaciones, vivencias y demás experiencias vividas en New Zealand y que, por supuesto, solo pueden pasar una vez estando en este país. Como por ejemplo...

1) Que una foca cruce una de las avenidas más transitadas de Dunedin y que el Departamento de Conservación reciba decenas de llamadas para socorrer al mamífero.
2) Que las gaviotas tengan las patas rojas, negras, sean cojas o tengan los ojos negros porque aquí hay miles y cada una es de una manera -brrrgggh-.
3) Que amanezcas en una playa y en tu paseo descubras decenas de leones marinos aún sin despertar.
4) Que te encuentres servicios públicos limpios y gratuitos.
5) Que conduzcas durante 40 kilómetros sin cruzarte con ningún otro vehículo.
6) Que te comuniques con los amigos por mensaje porque lo de llamar 'suena' raro.
7) Que te moleste encontrarte la puerta de la calle cerrada con llave, pero entonces, aun sabiendo que viviendo dos en el piso ésta estará cerrada, intentas girar la manivela, gruñes, abres la puerta de al lado, buscas en una pequeña repisa y tras palpar, agarras la llave que con alivio utilizas girando la cerradura para al fin, estar ya dentro.
8) Que te encuentres unos tacones perdidos en medio de una céntrica calle.
9) Que la policía sea extremadamente tranquila.
10) Que te encuentres dos de las finalistas (de hecho son gemelas) de un reality show en una fiesta la noche de Halloween. 
11) Que los amigos de tus amigas te paguen un taxi a tan sólo 10 minutos andando de casa.
12) Que los kiwis jamás te digan las cosas a la cara y le den rodeos para decirte algo que puede que decirlo sea vergonzoso -porque aquí todo es vergonzoso y da vergüenza-.
13) Que cruces las calles casi sin mirar.
14) Que descubras tantas bandas de música de gente popular como no lo habías hecho hasta ahora.
15) Que cada sábado estas bandas toquen en los bares y pubs ambientando el local.
16) Que vayas un martes o domingo o miércoles a las 20.00 al bar posiblemente más pequeño del mundo.
17) Que en Dunedin esté lo 'mejor del mundo'.
18) Que el gobierno invierta millones de dólares anuales para reparar daños catastróficos como son los terremotos.
19) Que recibas un mensaje al móvil desde la compañía telefónica para donar dinero a las familias damnificadas por dicho terremoto. Y que recibas otro mensaje para donar dinero a los familiares de los mineros fallecidos en la mina de Piker River.
20) Que los supermercados estén abiertos hasta media noche y las tiendas hasta las 5 de la tarde -o noche, depende de quien estén leyendo-.
21) Que te pidan el carnet cada vez que quieres comprar alcohol y no te dejen hacerlo porque no llevas el pasaporte contigo -y tampoco vale que digas que tienes 25 años-.
22) Que las noticias en la prensa local sean muy pero que muy divertidas.
23) Que vivas con otras seis chicas y no llegues a conocerlas pasados siete meses.
24) Que quizás conozcas a un chico de Letonia (¿Letonia?) y te hable un poco de Rusia cuyo continente está lejos muy lejos del entorno acostumbrado.
25) Que trabajes dando clases de Spanish.
26) Que veas camiones a diario transportando ovejas.
27) Que veas a jóvenes descalzos andando por la calle siendo invierno, verano, primavera u otoño.
28) Que en el supermercado te encuentres a las chicas con el pijama puesto aún conjuntándolo con un plumífero auténtico michelín.
29) Que te encuentres a maori, tonga, samoa, fiyi...
30) Que el viento llegado del sur sea un frío polar.
31) Que te confundan por brasileña, francesa, canadiense, escocesa, italiana o griega pero no española.
32) Que los cajeros automáticos únicamente estén en las calles más transitadas del pueblo.
33) Que la fiesta de graduación sea algo más entre amigos y familiares y no entre compañeros de curso.
34) Que con 22 años hayas terminado la carrera y encuentres trabajo en seguida.
35) Que en cada pequeño y casi deshabitado pueblo haya, por lo general, una piscina y una biblioteca.
36) Que un buen amigo te evite recibir un abrazo.
37) Que las despedidas no sean (tan) emotivas.
38) Que, a veces, los kiwis se sientan aussies.
39) Que dispongas del carnet de conducir con tan solo 15 años.
40) Que te digan 'Buenas noches' a las cinco de la tarde. 
...y podría seguir pero me quedo con estas cuarenta que me llaman la atención y me dan que pensar como espero que ocurra lo mismo con vosotros.

Aun así, me despido con la cuarenta y uno, donde quisiera nombrar (y con ello recordar) a toda la gente que se ha cruzado en mi camino durante estos ochos meses en New Zealand; también a la gente que desde alguna otra parte del mundo se sigue acordando de mí; y a mi familia por brindarme la oportunidad de hacer un viaje de ida y vuelta para, entonces, seguir aprendiendo. 
La cuarenta y dos: ¡gracias!

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S. Aparicio Ramírez

domingo, 21 de noviembre de 2010

Fábrica de chocolate

Son las ocho de tarde y a través de sus grandes ventanales se pueden ver las cajas de mercancía que circulan sin parar. Dos grandes chimeneas custodian esta gran fábrica situada entre dos céntricas calles de Dunedin y de ellas sale un humo bastante espeso que se expande poco a poco. Pero dependiendo de la intensidad del viento, éste desaparece de entre las colinas cercanas que delimitan la ciudad. Esa es la fábrica de chocolate y su característico olor que envuelve este pequeño pueblo neozelandés a estas horas de la noche.

Podría decir que veo esto y huelo este olor, amargo y penetrante, cada día volviendo a casa. Esta fábrica se encuentra justo detrás del piso donde vivo. Pero además de este olor y estos ventanales formados de pequeños cristales, también me llama la atención, cada vez que camino cerca, unos grandes focos situados a lo alto de  dichas chimeneas que iluminan casi todo el recinto. Dunedin no se caracteriza por tener calles iluminadas, con farolas extravagantes y sicodélicas como he ido viendo, a medida que crecía, en la ciudad donde nací. Aquí, las farolas iluminan cada X metros, una distancia justa y necesaria para ver lo que pisas, además, sus formas y diseños son simples. Sin embargo, en esta fábrica de chocolate, la ayuda de estos focos de una gran intensidad facilitan la visualización del holograma de la marca Cadbury, una multinacional inglesa que fabrica chocolates de todos los tipos y que después de haberlos probado, he de decir que me recuerdan al delicioso chocolate suizo Milka -y es que hasta el envoltorio de ambos es de color morado. ¿Coincidencias?-.  Pero el caso, y ya me lo decía mi iaia, es que allá por dónde los ingleses pasan y conquistan lugares, éstos dejan su negocio, es decir, esa cultura del business que tanto les caracteriza. A largo plazo todos estos pequeños y grandes países acaban compartiendo parte de este modelo de vida. 

Ahora bien, adentrada en el mundo laboral, de entre una clase que a veces creo sentirme desencajada, la sociedad neozelandesa me vuelve a brindar la oportunidad de conocerla más y desde más adentro. Tanto es así, que por ejemplo, jóvenes de edades comprendidas entre 18 y 22 trabajan sin parar porque no quieren estudiar. Porque aquí, aunque el gobierno conceda un préstamo para financiar los estudios, algunos deciden no estudiar y trabajar, trabajar hasta, una vez cansados de estar en este pequeño país, viajar al país vecino porque "pagan más, se vive mejor y el tiempo, a veces de entre tormentas veraniegas, da tregua y es mucho más cálido", como decía Mellisa Parker el día que pusieron los horarios de navidad en el trabajo. Estas fechas tan señaladas están en medio de pleno verano y es inevitable pensar en no ir a la playa, pegarse un baño o hacer una barbacoa. 


Pero esta compañera de trabajo no es la única de entre los jóvenes que cruzan el charco. Los que no pueden volar a Europa, lo que viene a ser ir directamente a Londres (Reino Unido), toman la alternativa de quedarse en este mismo continente y a tan solo 3 horas se plantan en la costera ciudad australiana como lo es Sydney. Con ello, me atrevería a decir que este es el sueño de la mayoría, que con 22 años ya han acabado la carrera, después de haber estudiado durante tres años en la universidad, y tienen en mente el trabajar, coger algo de experiencia laboral y mudarse a Europa, donde pueden tener un trabajo con mejores condiciones, mejor pagado "y porque es Europa!", quienes algunos se lo imaginan "bonito, lleno de históricos edificios y calles, románticas y ambientadas, como París, Roma, Bruselas. O estar sentado en terrazas y con vistas al mar, disfrutando del vino y la buena comida en cualquier  ciudad mediterránea... u otras ciudades cosmopolitas como Barcelona, Londres o Berlín". 


Gore. Southern New Zealand.

Pero es que para hacer este recorrido tan largo y poder disfrutar de este sueño los neozelandeses han de ser pacientes, muy pacientes, y fuertes (quizás) para aguantar casi las 30 horas y pico que suele durar un vuelo a cualquier ciudad europea. Esto conlleva entonces, que la sociedad sea efectivamente paciente y en forma, que veas a gente correr a diario por la calle, el parque, los paseos y la playa, e incluso, que los obesos sean esas personas de clase baja, que viven a base de ayudas del estado y que tienen cinco hijos desde bien jóvenes. Porque resulta que las verduras y las frutas a veces alcanzan precios impensables, dependiendo de la temporada. Así que su alimentación, no muy rica en nutrientes, se basa en el fast food y el hecho de tener una dieta equilibrada se quedan por los suelos, ni se piensa en ello. Pero no puedo quejarme de algo que no me incumbe pues así está basada esta sociedad.  

Eso sí, con todo esto, solo me basta concluir y decir que parece ser que conforme pasan los meses y después de estas pequeñas apreciaciones, me amoldo a una sociedad que me está enseñando a ver una forma de vida de diferente manera. Ya que estoy en un país pequeño, con 100 ovejas y corderos por habitante, es tranquilo y vive en paz, sin molestar al vecino de enfrente o del cuarto piso. No hay edificios donde viven decenas de familias ni ascensores que se estropean cada dos por tres. Las verduras y otros manjares que añoro de mi ciudad son diferentes pero el tiempo aquí hace que algunas otras varíen. Y sigo con la idea de que me encanta el chocolate Milka pero una vez probado el cremoso chocolate Cadbury ya no sé cuál prefiero primero...

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S. Aparicio Ramírez

lunes, 4 de octubre de 2010

Vivir, vivir y sobrevivir

Me prometí no volver a trabajar de camarera nunca más pero cuando no se tiene otra opción ¿qué vía hay que escoger? La A (de alternativa). Cuando se está en un país al que no perteneces cuesta dedicarse a lo que te apasiona, a lo que te has formado en la escuela y a lo que crees que serás de mayor, porque las elecciones se limitan y te toca apechugar  haciendo de esta ilusión algo efímero y trabajando de lo que se puede para que te dé de comer, para pagar el alquiler del piso y para que, encima, puedas visitar el país en el que vives. No olvidemos que soy inmigrante, llegada desde muy lejos y vivo en un país que muchas veces me recuerda que estoy en otro planeta ya que sus paisajes, sus playas y su naturaleza a tan sólo cinco minutos, una vez se sale de la ciudad, son espectaculares. 

Es por eso que después de haber pasado este medio año en Dunedin el país cada vez me apasiona más ya sea porque no dejo de sorprenderme viendo estos parajes salvajes. Cada día está lleno de descubrimientos -siempre naturales- que a veces ya no puedo explicar, tal vez sea, porque aquella visión constante en la que todo me impresionaba al principio ya no es la misma un tiempo después. Ahora me son comunes los cambios de direcciones en la acera y en la carretera, ver correr a gente por la ciudad a todas horas, el cierre de las tiendas a las 5.00pm y las cenas a las 6.00pm. Frecuente es ver que los viernes la basura orgánica y los lunes el cubo azul del reciclaje están enfrente de las casas, así como, los pitidos de los semáforos cuando están en verde, la baja intensidad de las farolas y las señales que te avisan de peligro, de prohibición, de riesgo y que te avisan de y por todo. 

Además, en este tiempo, he podido recorrerme la ciudad cuántas veces hiciera falta tanto para fijar las asignaturas, cursos y por fin, título académico en la universidad como para colgar algún que otro cartel o dejar tantos curriculum vitae hiciera falta en los pequeños y grandes medios de comunicación. Pero a pesar de ello y tras pasado ese tiempo, aún percibo, cada vez más, la dificultad de ser inmigrante y dedicarse a lo que realmente llena por vocación o por placer; he debido activar la opción A y caer en el error (o quizás no es tanta la equivocación, según se mire con un ojo a la izquierda pensando en la economía y supervivencia) de trabajar en la hostelería. Mis clases de español me dan dinero pero no me llega para vivir. El trabajo de canguro es más bien ocasional, lo cual me trastorna un poco pero me da algo extra, y las horas de trabajo que me dan en un backpacker (albergue para mochileros) están condicionadas por mi nivel de inglés ¿o no? ¡ver para creer! Y creo que este sentimiento, quizás de resignación, me viene a la cabeza una vez leo la situación juvenil plasmada en una web de un diario español dónde se están recibiendo un centenar de comentarios a cerca de los pensamientos, las inquietudes, las frustraciones, las ambiciones, los deseos, las nostalgias, los esfuerzos, los logros y un gran etcétera que ahora mismo, los jóvenes -españoles- tenemos.

Quizás la situación en España no esté pasando sus mejores momentos. Pero desde la otra parte del mundo, y un poco ajena a lo que sucede allí, lo único que puedo manifestar de una forma más agradable, es que estos seis meses aquí me han servido para mucho, han sido largos, intensos y enriquecedores. Sin duda, una vez pasado este tiempo en New Zealand y haber conseguido el Work Permit (Permiso de Trabajo), algo por lo que he tenido que apostar duro, he debido meterme de lleno en la búsqueda de trabajo e ir a conseguir lo que se pudiera pues ya no tengo restricciones ni exigencias. De tal modo que, al mismo tiempo que empezaba a trabajar en un restaurante italiano, por otro lado me estaban llamando para concederme una entrevista en un hotel dónde, tan sólo dos días después, estaba firmando el contrato indefinido. Lo que me da a entender que sí que hay trabajo en el país, de ahí su baja cifra de desempleo, rozando un 4% de la población. No obstante meter la cabeza en el sector profesional requiere algo más de tiempo pero al final se consigue. Estoy segura de ello por que me han contado y he visto algunas otras situaciones que han terminado bien, muy bien. Pero ahora, sólo debo aceptar 'ese' trabajo que me permita quedarme en el país un tiempo más, esperar que llegue el verano y con él las navidades, visitar la isla norte, la isla sur, Stewart Island y luego volar. Puede que, en parte, sea un sueño, pues haré lo que sea para conseguirlo y así, poder continuar formando de mis inquietudes, mi viaje. Y para ello, hace falta esfuerzo y un gran colchón económico que tendré a base de trabajos que me ayuden, al menos, a alcanzar parte de esta ilusión. Es tan necesario el dinero... 


Pero sigo feliz y entusiasmada, no por trabajar en la hostelería; echando de menos a las personas que me apoyan en todo momento, confían en mí y en mis valores y sobre todo, aguardan el momento en el que al fin, logre aquello que me corresponde, porque he de confesar que su energía positiva me llega diariamente. Entretanto, estar en el hemisferio sur, es estar andando boca abajo pero con la cabeza bien alta, sentirse tan cerca del polo sur como antes nunca había estado y saber que alrededor de unos 126 kilómetros, estés donde estés en la isla sur, te encuentras las aguas del P(p)acífico. Sin más, para todas ellas,  esperando veros sonreír, me despido con un ¡ooolé!

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S. Aparicio Ramírez

domingo, 26 de septiembre de 2010

Llega la primavera

Llega la primavera. Por alguna rara razón en New Zealand dicha estación empieza a principios de septiembre. Un mes bastante característico sobre todo por el nacimiento de corderos, y esto supone que alrededor de unos 40 millones de ovejas que hay repartidas por todo el país pueden parir. Después de llevar el embarazo durante el invierno,  frío y lluvioso en la isla sur, de forma ‘natural’ las ovejas tienen a sus crías y aquí, los granjeros y pastores, aguardan expectantes el momento para hacer negocio. ¿En qué sentido? Muchos de los ganaderos cuentan con grandes propiedades donde un rebaño de unas cien ovejas corre y se alimenta a sus anchas, pero una vez ya tienen a los pequeños corderos, éstos son vendidos por unos 100 dólares neozelandeses cada uno. Además, si la temporada ha sido buena, es decir, si hay suficientes crías para hacer del mercado un gran negocio, el precio por cada animal se incrementará. Sin embargo, hay que tener en cuenta un factor casi primordial en este país: el tiempo.


Oficialmente, a primeros de mes, se da la bienvenida a la primavera, aunque esto no significa que con ello llegue siempre el tiempo más cálido y soleado. No obstante, sí que puede darse el caso de que septiembre es un mes transcendental de lluvias, sol, nubes y desafortunadamente, de tormentas. Así que a mitad de mes, la isla sur tuvo una tormenta llegada desde el mar de Tasmania. Ésta trajo temperaturas bajo cero, fuertes vientos, de hasta 120km/h, y dejó enormes nevadas, no vistas anteriormente en pleno invierno. Alrededor de unos doce días, tuvimos mucho mucho frío y la ganadería sufrió una de las peores temporadas de los últimos años. Los miles de corderos recién nacidos, fallecían y ahora sus cuerpos se intentan vender a 50 céntimos cada uno. ¿Para qué? Probablemente para carne y poco más. Su precio se ha reducido hasta tal punto que el gobierno debe intervenir y conceder dinero a todos los ganaderos afectados. Se estima que la pérdida de ganado es de unos 50 millones de dólares neozelandeses. Pues una de las riquezas de este país son principalmente las ovejas, el viñedo y los terrenos frutícolas. 

Con esto, seguimos en lo cierto, en New Zealand dimos la bienvenida a la primavera a principios del mes de septiembre. Algunos días soleados y más cálidos, otros nublados y fríos; la llegada de una tormenta que dejó nevadas y un gran desastre ecológico. Pero a pesar de todo, a mitad de mes, el 18 de septiembre, una gran comunidad de chilenos afincados en Dunedin desde hace unos cuantos años, celebraban su tradicional fiesta de la Independencia -de España-. Este año, la celebración era algo más especial pues se cumplían 200 años de dicha independencia. Ellos, acostumbrados al mismo orden estacional del hemisferio sur, suponían que el tiempo aquí podía sorprender. Sin embargo, en Chile, andan más relajados por estas fechas ya que las temperaturas rondan los 20 grados y la gente, en este día tan popular, se reúne en parques, jardines o en casa de amigos para comer, bailar, hablar, beber, comer y beber. Ahora, en Kiwiland deben hacer lo mismo. Con la misma alegría y festividad y con una muy buena organización, alquilaron una iglesia abandonada, apta para actos especiales, en medio de un jardín verde y frondoso. Justo ese mismo día, el 18: La Pecadora, cayó, en la ciudad de Dunedin, un inesperado granizo que más tarde se convirtió en nevaba. Eso sí, la música, el asado, las empanadas, los calzones rotos, los wevones, los cachai, los bailes, las risas y un gran etcétera, no cesaron ni por un segundo.

Rodrigo y Sofía. Fiesta 'La Pecadora'
Dunedin, New Zealand.


Ahora bien, tras tratarse septiembre del mes del nacimiento de corderos, de las tormentas inesperadas, de la celebración para los chilenos de la fiesta popular 'La Pecadora' -por cierto, ¡Feliz 200 años Chile!-, llega la primavera en New Zealand. Finales de mes y al fin, sale el sol más de tres días, en el piso no hace falta encender la calefacción y se puede tomar y beber en las terrazas de los bares. Además, el pasado sábado 25, el país cambió el horario de verano, es decir, se añadió una hora más de luz al día. Esta idea nació en 1905, el constructor inglés William Willet, concibió el horario de verano mientras paseaba a caballo justo antes del desayuno, cuando en ese momento pensó cuántos eran los londinenses que dormían a esa hora, durante la mañana. Así que el 30 de abril de 1916 se aplicaba esta idea en Alemania junto con sus aliados y sus zonas ocupadas fueron los primeros países europeos en emplear dicho horario. Desde entonces otras muchas propuestas, ajustes y renovaciones se han dado a lo largo de los años en distintos países. Si en Europa el cambio de horario se concibió por primera vez a finales de abril de aquel año, en New Zealand lo hizo en 1927. Se acordaba así que el horario de verano empezaría el primer domingo de noviembre y se alargaría hasta el primer domingo de marzo. Ahora bien, pasados los años, las fechas en las que se aplica dicho cambio han ido variando hasta el 30 de abril de 2007 (curioso que se hiciera el mismo día que en Europa pero casi que un siglo más tarde), cuando el gobierno neozelandés anunció que el horario de verano duraría de unas 24 a 27 semanas, pues se debía entonces cambiar la hora el último domingo de septiembre y se prolongaría hasta el primer domingo de abril. 

Ahora sí, en New Zealand llega la primavera.

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S. Aparicio Ramírez

miércoles, 8 de septiembre de 2010

iPad se escribe con i

Cruzando el mar de Tasmania se encuentra la gigante y famosa Australia. Muchas son las diferencias que se podrían hacer de unas islas pequeñas y salvajes, como es en su conjunto New Zealand, comparándolo con la ciudad de Sydney ya que sólo la población de un país entero es la misma que la ciudad costera al sur-oeste australiano.

Durante seis días he estado fuera de este pequeño país pero ahora, ‘desgraciadamente’, ya estoy de vuelta. Se dieron por terminado unos días de auténtico placer. Esto se debe, en parte, a una compañía latina inmejorable. Conocí a Jackie, una chica de 23 años, mejicana, divertida y dispuesta a 'chupar' tequila todo el tiempo en los populares carnavales alemanes de Köln. Allí coincidimos en casa de mi gran amigo Josep y tras pasar unos días de disfraces y frío, cada uno volvió a su rutina diaria que por aquel entonces tenía. Eso era, estar repartidos por distintos países europeos como Francia, Alemania o Inglaterra, estudiando, o bien, trabajando. Después de un año y medio, vuelvo a encontrarme con Jackie y su sangre mejicana, alegre, latina, de piel morena y otras más percepciones invisibles que no se me ocurren, a lo mejor porque es latina y con eso basta, entonces ayuda, por supuesto, a que en Sydney me haya sentido acogida por una amiga que conocí disfrazada.

Harbour Bridge. Sydney, Australia

Ahora, tras pasar estos días en Sydney con ella y con su compañero de piso, me doy cuenta de lo grande y pequeño que es el mundo pues cuando nos despedimos a mediados de aquel febrero jamás figuramos volvernos a encontrar en esta isla de tamaño espeluznante. Pero aquí estamos. Puede ser que el estar trotando de un lado al otro tenga estas enormes coincidencias. En sus idas y venidas, el viajero sólo quiere divertirse, conocer, ayudar, ser ayudado e interesarse por una nueva ciudad que siempre abre las puertas a todo aventurero.

Así que como buena aventurera me atrevería a decir que Sydney me ha mostrado su cara más 'bonita'. Desde el primer momento he sentido como esta ciudad, 'bebé' en cuanto a su reciente desarrollo, adquiere un nivel de vida bastante alto. En parte, porque me he movido por entornos de alta élite y no he tenido la ocasión de visitar suburbios donde, probablemente, podría encontrarme familias de clase baja. No estoy segura de que las haya aunque tampoco puedo decir lo contrario. No obstante, también es verdad que a ojo de todo turista cuando se pasea por algunas de las calles más transitadas, como puede ser el Center District Business (Distrito céntrico de negocios) su aire es muy pero que muy yankee. Hora del lunch, hora punta: 12.30, móviles, blackberries, cafés, sandwiches, sushi, mucho sushi, trajes, i -lo que sea, corbatas, tacones, bolsos, portátiles, etc, etc. ¡Qué miedo! El tráfico está congestionado, no se oyen bocinas, pero se oyen los semáforos intermitentes cada vez que se pone en verde –también lo hace en New Zealand-. Es, sin duda, la hora de comer y la zona está a rebosar de trabajadores y turistas.

Por lo que si tuviera que utilizar una palabra para definir esta gran ciudad, lo primero que se me viene a la cabeza: sorprendente; y así es, después de andar un jueves, viernes o miércoles cualquiera, y ver todo esto. Su nivel adquisitivo me ha impresionado. Con una población de más de cuatro millones, una gran comunidad asiática e hindú y descendientes de ingleses y otros europeos, Sydney, es multicultural y ciudad de negocios. También lo es de ocio. En cada esquina tienes un bar, cafetería, discoteca o restaurante. Además, al tratarse de una ciudad costera, son muchos los que a diario se desplazan a Bondi Beach para surfear en su larga playa o hacer cualquier tipo de deporte alrededor de su paseo. Nada alarmante viniendo del país de aventuras y riesgo por excelencia, pero siempre llama la atención.

Y una vez más digo "sorprendente Sydney" cuando antes de viajar no me podía imaginar el tipo de ciudad que era. De hecho, me imaginaba que habría una red de metro bastante avanzada y un sinfín de transportes públicos para que los más de cuatro millones se movieran a diario. Sin embargo, no estoy del todo en lo cierto; el centro se une por un tranvía circular, elevado a unos cuantos metros del suelo, y los distritos, por trenes y no metros. El resto de población conduce su propio automóvil. Percibí una vida relajada y cómoda, algo individualista, viviendo el día a día, enchufados continuamente a nuevas tecnologías... Tanto es así, que cuando me disponía a coger el último tren al aeropuerto, el chico que esperaba conmigo desde las 4.45 de la mañana y hasta las 5.09, escuchaba música y jugaba con su iPad, la iPad que se escribe con i, tan sumergido estaba que yo, desde la puerta del convoy, no le pude avisar que su -nuestro- tren ya partía. 

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S. Aparicio Ramírez

viernes, 27 de agosto de 2010

Gravedad en las 4.40

Desde bien pequeña en el colegio me enseñaron lo que significaba la gravedad -Ley de la Gravitación Universal de Newton-. Cada vez que un bolígrafo, estuche, hoja de papel o mochila se caía al suelo, la profesora, muy astuta en cada momento, decía "la gravetat..." (gravedad, en castellano). Nacida en Valencia pero castellano parlante, cuando era pequeña mis padres decidieron apuntarme a un colegio laico, con una educación plenamente en catalán (lengua de donde nacen las variantes dialectales como viene a ser el valenciano, catalán central o balear) y como alternativa para que creciera durante 11 años envuelta en la lengua propia de mi ciudad, lo cual, con el transcurso del tiempo, me he dado cuenta que ha sido enriquecedor. Así que ahora, a parte de hablar valenciano, puedo recordar que la fuerza de que los objetos caigan con aceleración constante en la Tierra y la fuerza que mantiene en movimiento los planetas y las estrellas es la de la misma naturaleza. Pero debido a la rotación de la Tierra, los cuerpos experimentan una fuerza centrífuga que varía según la latitud. 

Entonces, cuando el boli, estuche, hoja de papel o mochila caía desde una latitud X su velocidad dependía de la distancia que recorría pues ésta era más bien corta. Sin embargo, ¿qué ocurre cuándo el cuerpo cae de una latitud de 12000 pies (3.657,6 metros)? Pues que se vuela a una velocidad de 200km/h. Y si esto es verdad, el pasado lunes experimenté unos 45 segundos de caída libre a una velocidad de 200 kilómetros/hora. ¡Vaya pasada! Y ¿puede eso ser verdad? ¡Sí! y tan verdad...

Mientras sigo mi periplo por New Zealand, el pasado lunes 23 de agosto me di un homenaje y visité un pequeño pueblo al sur-oeste de la isla sur llamado Queenstown. Su extremada actividad da pie a la 'capital del mundo de aventuras', como se hace anunciar en agencias de viajes, folletos y anuncios varios como resort tanto de verano como de invierno. De este mismo modo, Queenstown se convierte en una pequeña ciudad dinámica de unos 8.500 habitantes.  Esta región fue descubierta en 1850 por unos ganaderos que pasaban por la zona. Pero no fue hasta pasados 12 años cuando dos esquiadores encontraron oro a orillas del río Shotover y en tan sólo un año, pasó a ser un auténtico pueblo minero. Cuentan que la belleza de esta región impresionó tanto que el Gobierno neozelandés debía poner un digno nombre dónde sólo una Reina podía vivir en ella. De ahí: Queens (reinas) y Town (pueblo): Queenstown.

Como tenía entendido en esta villa podría disfrutar de unas pistas de esquí con vistas realmente alucinantes. Así que me embarqué en la idea de esquiar por unos días en pleno agosto ya que me resultaba exótico y diferente. Sin embargo, cuando uno viaja solo, la aventura es tan imprevisible que aunque se planifique el hospedaje, los días, el transporte y algunos extras, hasta que no se llega al lugar, no se sabe lo que va a pasar. Y efectivamente eso es lo que me ocurrió. El mismo día que llegaba a Queenstown me reunía con unos amigos chilenos que estaban por la zona, quiénes me llevaron a unas piscinas de agua fría, caliente, chorros, corrientes, toboganes y algunas pijadas más. Todo ello por un modélico precio aunque el estar allí era un auténtico lujo con vistas a montañas nevadas y un cielo cubierto. 

Ahora bien, estaba a punto de experimentar mi gravedad sin yo saberlo. Tras pasar una apacible noche, relajada y entusiasmada, a la mañana siguiente me dirigí a la oficina de información, pregunté por actividades extremas y la recepcionista, muy buena en su trabajo, me aconsejó que "sin duda, necesitaba hacer algo realmente crazy pues lo veía en mi cara". Ya os lo he dicho, muy buena comercial, me convenció y una hora más tarde iba rumbo al complejo aéreo para poder volar. O lo que es lo mismo hacer skydive (paracaidismo). Un equipo de instructores realmente profesional, me equiparon, me dijeron que debía hacer en el momento del salto, bebí agua, café y fui al servicio 3 veces. No podría describir la sensación que tuve por 45 segundos, volando a 200kilómetros/hora. La latitud era de 12000 pies y mi caída de extrema velocidad. De una cosa estoy segura y es que el tiempo de vida se me paró y sentí que el movimiento de la tierra se aceleraba pues era yo que descendía a gran rapidez. Un vacío se apoderó de mí y tras pasados escasos segundos ya simplemente quería volar. 

Nunca creí que unos ridículos 45 segundos podían durar tanto ni tampoco que en ese largo intervalo me pudiera invadir la euforia, la locura, la incertidumbre, la alegría, el alucine, el 'acojone' pero al mismo tiempo que no me invadiera nada.

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S. Aparicio Ramírez

miércoles, 4 de agosto de 2010

Azul oscuro grisáceo

Desde un pequeño montículo de arena fina y húmeda, en la playa Saint Kilda se puede oler y respirar el aire más puro de Dunedin. Se trata de una playa larga, muy larga, donde en un punto, no sé cuál exactamente, llegas a la playa Saint Clair. En ella encuentras un paseo y una decena de cafeterías, padres con los niños jugando en los columpios y gentes paseando su animal doméstico. Y bien domesticados han de estar estos perros porque quien tiene uno debe educarlo para que, en cada momento que sea llamado al orden, obedezca todas sus instrucciones. Porque quizás el animalito en el momento de acercarse a un extraño y tras los silbidos provenientes del amo, deberá correr y regresar con él para ser atado a una correa. Tras tenerlo, el propietario, sonriendo y acudiendo en busca de las víctimaspedirá disculpas por las molestias causadas. De lo contrario, si éste no pidiera dicho perdón, probablemente, fuera denunciado y cuya mala acción le llevaría a asumir una multa acorde a las circunstancias. Es por eso que cuando vienen a la playa en días soleados como el de hoy, aprovechan y se traen al animalito para que corra, juegue y nade libremente en un espacio amplio como este. Eso sí, aunque el día sea soleado, los perros y algunos otros más aventurados son los únicos que se atreven a entrar en el agua congelada, salada y revuelta.


Un mar revuelto que sin querer uno pierde el rumbo entre olas, espuma y brisa. Mientras se oyen chiflar las gaviotas impertinentes y aunque se aglomera un sinfín de ruidos y revuelo se puede ver como, a parte de los perros, algunos otros aventurados se sumergen en el agua con trajes de neopreno para surfear. Los folletos dicen que uno no puede escapar la oportunidad de meterse en el agua y probar hacer surf en la playa Saint Clair. Normalmente las olas grandes y las que se pueden disfrutar llegan de madrugada y eso, aquí, puede ser alrededor de las 8 de la mañana. Este gran cielo que cubre New Zealand asombra por su escasa luz en temporada invernal; sus atardeceres llegan entre las cinco y las seis de, la tarde española pero, la noche neozelandesa. Entonces sobre las siete de la noche, familias, estudiantes y comerciantes se repliegan en sus casas con calefacción o fuego en marcha para cenar. En este momento, el día ya ha caído y Dunedin se vuelve desértica por unas horas más ya que al terminar la cena, llegará el momento de acudir al supermercado para comprar algunas chocolatinas, chips, coca-cola o helados. Y para ello no hace falta irse muy lejos pues en el centro de la ciudad hay dos grandes almacenes abiertos hasta las 12 de la noche. Pero con las noches heladas, muchos se escapan y adquieren los caprichos en apenas cinco minutos pues conducen hasta el lugar. Así que no asombra ver a más de una en pijama, con chaquetas de plumas o zapatillas de ir por casa.

Mientras tanto, y tras ver esto continuamente, empiezo a creer que he perdido las costumbres mediterráneas, las cuales a veces, tanto añoro. Por un lado, es bien cierto que la forma de alimentarme es completamente diferente, por horarios, platos e ingredientes y aunque quisiera tener sobre mesas, hablar y conversar con mis compañeras de piso, muchas veces hay algo que me lo impide pues éstas sólo se limitan a ver la televisión mientras comen, fijadas en un programa o serie televisiva diferente. Entonces, la interacción se perdió desde el minuto cero. Y por otro lado, porque el mar, que se muestra en la foto, es salvaje e infinito. Su olor es penetrante, sus olas más altas y grandes y bueno, su color es de un azul oscuro grisáceo que no me deja distinguir el cielo del agua. Y cuánto más trato de averiguarlo, creo empezar a navegar marea adentro surcando el fin del mundo.


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S. Aparicio Ramírez

martes, 13 de julio de 2010

Una canción y una imagen

Semana muy decisiva; luchando y apostando duro por lo que he venido a hacer aquí.
En esta entrega sólo puedo dejar una canción y una imagen. 


Butterfly bay. 
Otago region. NZ

Relajada...

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S. Aparicio Ramírez

lunes, 5 de julio de 2010

Rarezas encontradas II

Si al término rareza se le atribuye otros significados como que algo es excepcional, singular, extravagante, anormal, original o…es una locura, en Dunedin me basta dedicar otra entrega más para reflejar lo que vengo viendo durante este tiempo.

Primero: ‘excepcional’.
Estos días la ciudad está viviendo un descanso vacacional (y ya llegará el de verano) y encuentro ahora Dunedin más vacía que nunca. Como todo aquel que esté estudiando fuera de su dulce hogar, cuando se juntan varios días de fiestas, se aprovecha y se vuelve a casa como lo hace cada navidad el turrón de Schuchard. Tras este mes de exámenes en la Universidad de Otago, principal sede estudiantil de New Zealand, muchos estudiantes se han dado un respiro para “comer bien, esquiar y descansar”, como me contaba una de mis compañeras de piso. En este sentido, de las siete chicas que vivimos en el apartamento, sólo dos restamos y la casa, que también está vacía y fría, tiene hasta eco.

Segundo: ‘singular’.
Debido al período vacacional varios amigos tienen tiempo libre para conducirme por alrededores y ver decenas de sitios escondidos. El coche, principal trasporte para moverse, me ha dado independencia y ha servido para que, durante estos días, haya ido a lugares paradisíacos, desérticos y salvajes. Con trayectos próximos a los 15 o 30 minutos, me he plantado, por ejemplo, en Sandfly Bay y he visto leones marinos a unos dos metros (no más cerca porque está prohibido y puede ser peligroso). Unos animales de casi tres metros de largo y no sé cuantos kilos de peso, perezosos, peludos, alucinantes. En caminos pedregosos y arenales he llegado a algunas playas kilométricas, silenciosas y a otras tantas con fuerte oleaje repletas de surferos y vegetación salvaje.

Sandfly Bay. Otago Peninsula. NZ
(Leones marinos y una foca a mi vera)

Tercero: ‘extravagante’.
Los hermanos Thomas y Rosie, mis alumnos más pequeños de Spanish, son de Queenstown, una ciudad resort donde esquiar en invierno y hacer deportes de aventura en verano. Allí la gente tiene un nivel de vida más alto, comparado con Dunedin, con sueldos, hogares y coches que llaman mucho la atención. La filosofía de sus padres era bien distinta a la de esa pequeña sociedad y para que sus hijos no lo sufrieran, decidieron mudarse a esta ciudad estudiantil porque “las ideas son outlandish (extravagantes), no queremos gastar en caprichos que no son necesarios y si podemos ¿por qué no cultivar nuestras propias verduras?”.  Así es, más de una casa cuenta con un pequeño cultivo donde crecen patatas, tomates o lechugas. ¡En pleno centro de la ciudad!

Cuarto: ‘anormal’.
Buen término para quienes somos europeos y vemos muchas de nuestras costumbres normales. Sin embargo, una vez se está fuera de ese entorno, esa palabra adquiere otro valor y lo que antes podía ser normal ya no lo es, por lo que lo anormal puede convertirse en normal. Y el caso es que en esta sociedad anglosajona hay algo que ya me es normal: la dirección que se toma cuando se camina por la acera, es la misma que la que se tiene cuando se conduce, por el lado izquierdo. Por lo que más de una vez he ido contra corriente, incluso subiendo o bajando escaleras.
También, el giro del agua en los desagües, es algo que tratar. Toda una gran incógnita desde este hemisferio. Hay gente que, una vez ubicada en el hemisferio sur, no le da importancia, no se percata de la dirección del agua y supone que lo hace del mismo modo que en el hemisferio norte. Otras, mientras, aseguran lo contrario basándose en el efecto Coriolis, el causante de que las grandes masas de gas visible desde el espacio giren en un sentido u otro, dependiendo así del hemisferio. Y mi incertidumbre, tras observar detenidamente el curso del agua y no poder recordar cuál es la dirección que toma en mi ciudad natal, pregunto a algunos expertos y me dicen que “la tendencia del giro del agua no depende del hemisferio en que se encuentre, sino, del sentido del agua en la tubería por donde traga”. Pues ya lo tengo, la conclusión es que aunque esté el agua en un hemisferio o en otro, ésta correrá independientemente del lugar que esté.

Quinto: ‘original’.
Desde 2003 y tras varios acuerdos con el ayuntamiento de Dunedin, cada sábado la ciudad amanece con un mercadillo atiborrado de paradetas de verduras, frutas, quesos, pescado, carnes, café, tartas… Toda una gran selección de productos artesanales y cosechado por granjeros y mercaderes. La oferta es muy variada y cada semana puedes degustar desde crêpe francés hasta pinchos morunos o hamburguesas vegetarianas. Una de las condiciones que debe cumplir el Otago Farmers Market es cuidar del medio ambiente. Y como vi hace unos días no se te ocurra confundirte de cubo de basura cuando tires un plástico porque cómo lo hagas en el de papel, el vendedor más próximo se te acercará, te gritará y te dirá que “eso no está bien hecho”.

Sexto: ‘locura’
Bendita locu…

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S. Aparicio Ramírez

domingo, 27 de junio de 2010

El arte del mundial

Hace cuatro años por estas fechas recuerdo que estaba en Valencia, mi ciudad natal. Si bien no había terminado ya los exámenes, estaría apunto de hacerlo. Al tratarse de este mes, debería de hacer un calor inhumando, húmedo, típico de esta ciudad. También, finalizado así el tercer curso de Periodismo, creo que tendría en la cabeza, entre muchas otras ilusiones, lo que iba a ser mi siguiente año académico. Posteriormente, debía empezar con todo el papeleo que necesitase para el último de la carrera ya que sería algo diferente. Se sumaba así, mi ansiada espera porque llegara la hora de optar al programa Erasmus. Después de varias consultas con tutores y de mi insistencia, me blindaban la opción de hacer un intercambio a nivel académico en la Ghent University, en la misma ciudad de Ghent, próxima a la capital europea. Para ello, sólo debía de dejar pasar un año más, esforzarme en conseguir todo lo necesario y aguardar. La decisión de seguir estudiando allí fue culpa de una flechazo. Años atrás disfruté del llamado Inter-rail, un viaje en tren con billete abierto aunque con fecha de caducidad a los 15 días. Asimismo, me permitió visitar tantas ciudades europeas (entre Francia y el Benelux) y descubrir otras tantas pequeñas y encantadoras, como ésta, en el céntrico país belga. No muy grande en cuanto a periferia y de unos 250.000 habitantes, Ghent es estudiantil, medieval y con un festival veraniego muy interesante y divertido.

Ese junio, además, estaría pensando en aprovechar el verano e irme a Sicilia. Porque durante los meses anteriores, el programa Erasmus que iba a vivir yo en un futuro, lo estaban haciendo, en ese momento, otros estudiantes italianos atraídos por Valencia, sus gentes y sus aguas. La suerte de cruzarnos en la calle y mantener una amena conversación ayudó a que meses más tarde, ese mismo junio, estuviéramos viendo juntos un partido de fútbol. Pero no uno cualquiera, o probablemente sí para quienes no les guste este tipo de deporte. Algunos ya se imaginarán de lo que estoy hablando y recordarán aquella final de la Copa del Mundo -Italia-Francia- celebrada en Berlín, Alemania. Un inquietante partido hasta el último segundo. En aquel momento, entre españoles e italianos fue el fútbol lo que nos unió y nos estaba sirviendo, de manera desinhibida, a mostrar sensaciones, alegrías y penas, y a compartirlas, con quienes a día de hoy, siguen siendo amigos míos. Tras aquello, no sabía muy bien aún cómo funciona eso de que un partido de fútbol llega a ser el punto de unión de muchas culturas, nacionalidades, diferencias lingüísticas, ciudades e incluso, pueblos. Pero allí, en Valencia, lo fue. Los muchos italianos estudiando en Valencia abordaron las calles (y no me cabe duda que harían lo propio en su país) y la 'Seven Nation Army' de The White Stripes acabó convirtiéndose en la melodía de la velada y en símbolo de la victoria.

Ahora, cuatro años más tarde, ya no es que me encuentre en la capital del Turia sino, aún más lejos, pues estoy a casi veinte mil kilómetros de distancia, y la sensación que por entonces experimenté, vuelve a conquistarme. ¿Por qué? Porque he podido pasar una noche entera esperando a ver un partido "importantísimo" -un Portugal-Brasil, dos países unidos por un mismo idioma- y luego, mantenerme despierta hasta que empezara a amanecer para ver el segundo de la jornada aún más "importantísimo" -Chile-España, otros dos países casados por la lengua-. Una noche que deja muchas anécdotas para el recuerdo, desde una película de Maradona (dirigida por el yugoslavo Kusturica, que aprovecho y recomiendo) hasta acompañando dicho largometraje con un fresco Calimotxo -mezcla de vino con coca cola propio del norte de España- y una pizza americana. En un futuro, y como ya dijo Paul Géraldy, "llegará un día que nuestros recuerdos serán nuestra riqueza".

Chileno y argentino en el partido Portugal-Brasil.
The Terrace. Dunedin. NZ

Mientras tanto, en Dunedin, cuando ya había visto el primer partido "importantísimo" y a las puertas de ver el sol y el siguiente enfrentamiento futbolístico, me percaté que la afición se comportaba de manera diferente y que las ganas estaban a otro nivel (siempre comparándolo con aquel partido del 2006). Y aunque en el bar había un sinfín de latinos, esta fase del mundial disputada no agitaba tanta fiesta. Quizás sea por eso, que ahora, me vuelve a la cabeza la idéntica pregunta que me hice aquel año: ¿cómo es posible que el fútbol pueda unir masas de todo el mundo? Y aquí que encuentro la respuesta, creo, adecuada, de parte de un chileno, "porque este torneo sólo se celebra cada cuatro años" (y punto). 

Pues sí, tan sincero y con tres horas de sueño (tras despertarse adrede para ver estos dos partidos), este chico me ofreció la mejor de las respuesta; y yo, ya no debería preguntármelo más. Ahora, reflexionando con todo un poco, además, de haber visto el mejor documental de Diego Armando Maradona, he llegado a entender parte del fútbol y de toques de balón. A posteriori ya sé que están las pequeñas bromas, discusiones y que algunos se divierten mientras se habla de una u otra jugada. Tal cual, en New Zealand, este mundial sirve para reafirmar que el fútbol no tiene fronteras. Además de que este deporte permite interatuar, divertirse, fusionarse, evadirse, dejarse llevar. Allá dónde un seguidor de su equipo asista a la retransmisión de un partido del mundial fuera de su país natal le invadirá la alegría. Por un lado, por haber nacido en el mismo sitio que los jugadores en el césped, este año sudafricano, y por otro, por estar celebrando, dicho pasaporte, en un país diferente y remoto por lo que le salpica algo de emoción y locura. El arte del mundial es así. 

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S. Aparicio Ramírez

sábado, 19 de junio de 2010

Y rugby porque me toca

¡Señoras y señores! ¡Niños y niñas! ¡Jóvenes...! ¡Ha llegado la hora…! Dunedin abre sus puertas a un centenar de aficionados. Los hoteles, hostales, back packers y B&B cuelgan el cartel de No Vacancies (completo); ondean las banderas, ya hay eventos varios preprarados para el momento y hostelería lista para la pre y post fiesta. El Carisbrook, con capacidad para 28.000 personas, alberga el mayor y último acontecimiento de la temporada; queda todo a punto para recibir…a los ¡All Black! feroces y vibrantes, contra Wales (Gales), los galaicos del Seis Naciones.

El conjunto de los gritos,  la fuerza, los golpes, la haka, la música, los aplausos y la afición, empiezan a crear una pequeña historia en mi cabeza antes del evento. Sin embargo, lo que para los grandes aficionados al rugby, el partido podría carecer de interés, para algunos otros más ignorantes en cuanto a reglas (esa va por mí) aguardar para ver este partido es inexplicable. Este partido de los All Blacks será mi primer y último al que asistir en este estadio. Es por eso que la ciudad cuenta con una doble celebración porque el Carisbook acogerá el último rugby de los kiwis, tras años de acontecimientos, ya que en la otra parte de la ciudad se está construyendo el nuevo y moderno pabellón para el Mundial de Rugby 2011, Forsyth Barr Stadium. De hecho, el pasado viernes, el entrenador de Wales se sintió un "privilegiado el estar aquí".

Por lo tanto, todo a punto para el sábado 19 de junio de 2010. Un día muy soleado, que podría confundirse por cualquier tiempo primaveral, una temperatura que oscila los quince grados y un viento fresco que golpea en mi cara mientras, son las 10.00 horas y me dirijo al departamento de lenguas de la University of Otago. Por delante me esperan seis horas de examen, práctico-teórico de inglés, para alcanzar la nota necesaria para el ingreso en el curso de Postgrado en Marketing. Mejor no pensarlo, creo que seis horas de examen no son para tanto cuando, al terminarlo, estaré festejando la primera haka -y partido de rugby neozelandés- en directo.

Así, horas más tarde salgo del examen con un pronóstico favorable (reconozco el estar algo relajada por los días que llevo aquí, la práctica y mi mejora del inglés –oh yeah-, más mi optimismo, me han servido de mucho). Así que un examen relevante finiquitado. Y ya de vuelta a casa, comienzo a contar los minutos para entrar, por primera, y recordar, última vez, al Carisbrook Stadium. Antes prefiero darme una ducha, luego ir a comer algo a casa de otras españolas y al dejar el piso, me invaden los nervios, en el estómago tengo un agujero y se me aceleran las ganas, muchas ganas de ver esto:



Pues ahí que me encuentro. Voy acompañada de otras chicas. Con la cantidad de gente que hay en las inmediaciones, por supuesto, que tenemos que hacer cola, y entretanto me quedo flipada viendo pasar la cantidad de aficionados llegados de toda New Zealand con dibujos en las caras, camisetas, bufandas y señas de los All Blacks. Pero ¿dónde está la mía? Bien, para meterme de lleno en el ambiente, me animo a pintarme una hoja de helecho, el mayor referente de los All Blacks, para así, entre la multitud de fanáticos, sentirme una más. Aunque veo algunas por ahí pintadas de una manera muy profesional.

Tras varios minutos de espera, no muchos, localizamos los sitios en la grada, nos acomodamos y entre pitos, aplausos y música, mucha música, salen los jugadores. Primero, Wales, más tarde, All Blacks, quienes, a mi juicio, se llevan la mayor ovación jamás vivida (disculpar aficionados del fútbol pero seguro que en esto me lleváis ventaja). Y tras pisar el césped, recibir elogios y canturreas, al final, escucho y veo la Haka con especial atención... -lo que viene a ser una de sus partes en castellano-:

¡Muero! ¡Muero! ¡Vivo! ¡Vivo!
¡Muero! ¡Muero! ¡Vivo! ¡Vivo!
Este es el hombre peludo (en la cultura maorí: hombre valiente)
Que trajo el sol y lo hizo brillar de nuevo
Un paso, otro paso
Un paso, otro paso
¡El Sol brilla!

El resto ya os lo podéis imaginar y sino, recreaos vosotros mismo para tener vuestra propia y excitante experiencia. Eso sí, el resultado fue un demoledor 42-9...

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S. Aparicio Ramírez

domingo, 13 de junio de 2010

Natural 100 por 100

Ahora sí, que sí, los días han pasado volando y ya hace dos meses, ¡dos meses!, que estoy en Kiwiland. Me sorprendo tanto porque ni yo me lo creo. Y ¿qué pueden ser 70 días aquí? Sin ir más lejos, justo se trata del mismo tiempo que voy dedicándole a este blog, y ya son muchas las anécdotas y reflexiones servidas. Pero seamos un poco más especiales, y aparte de celebrar estos días transmitiendo lo que puedo, debo mencionar (y más que me quedará por hacer, claro) una de las características más ricas del país. Como por ejemplo, 70 días en New Zealand pueden ser muy purificantes. ¿Estaré respirando el mismo aire que en el resto del mundo? ¿Estaré hidratándome de un agua natural? Si tenemos en cuenta que el país más cercano es Australia, a unos 2.000 kilómetros al sur-este, cruzando el mar de Tasmania, y otros vecinos más próximos desde la isla norte son Fiji, Tonga y New Caledonian, ¿cuál debería de ser la respuesta más acertada? De momento, sólo viendo la situación geográfica, este país está aislado del resto del mundo y creo que eso es un punto clave e indispensable.

New Zealand, divido en dos grandes islas, la del sur, contiene una de las más grandes zonas de bosque mixto autóctono, lo que se puede interpretar entre líneas: prohibido exportar piedras, flora o fauna. Si te pillan a la salida del país, estás perdido, hasta puedes ir a la cárcel. No obstante, otra cosa bien distinta es lo que se viene haciendo desde principio de siglo, introduciendo una gran cantidad de especies florales exóticas, sobre todo coníferos, procedentes de Norte América, y utilizando el Pino de Montrrey, usado en otros países como Chile o España, para su conservación. De hecho, en cuanto me surja la oportunidad iré al bosque a escuchar el silencio que transmite el kauri, un árbol que impresiona por su majestuosidad. 

No sólo de grandes parques naturales se caracteriza la isla sur, también hay que tener en cuenta la cantidad de aves, como las gaviotas que habitan en las ciudades y son muy ruidosas a la hora del atardecer, o, el kiwi, un ave ciego que no puede volar, ya tanto por su ceguera como por su incapacidad de levantar el vuelo sin alas que le ayuden a hacerlo; y muchas otras autóctonas que han desaparecido debido al exterminio masivo que han sufrido directamente a manos del ser humano o indirectamente, por la introducción en el terreno de especies alóctonas, entre ellas, y aunque resulte gracioso, las ovejas.

Así que dentro de toda la naturaleza y vida animal, los tres tópicos de New Zealand por excelencia son dichas ovejas -actualmente unos 50 millones-, el kiwi -endémico ave e icono nacional- y el hoki. ¿Hoki? Entre la amplia variedad de productos marinos, el hoki, es un pequeño pez típico de aquí. Además, es el pescado más consumido y exportado del país. El miércoles lo cociné y comí y podría decir que su sabor es similar al lenguado mediterráneo y/o a la merluza, aunque a ésta con una textura más suave. Dicho esto, ya he descubierto algunas de las reservas escondidas en New Zealand, una superficie que comprende unos 270.000 kilómetros con 15.134km de costa. Lo que significa que no hay más de 120km desde cualquier punto de la isla al mar.

Todo lo original de este país reducido a lo natural y acompañado de la segunda lengua oficial del país, el Maori, que para juzgar vosotros mismo, si se traduce New Zealand a esta lengua indígena este nombre significa: Aotearoa, comúnmente traducido al inglés como The land of the long white cloud (La tierra de la larga nube blanca). Y es verdad, hoy vi pasar una de esas largas nubes blancas como Aotearoa significa. Pues más me vale ser precavida y tras mis primeros 70 días, sí, purificantes, creeré que, finalmente, el aire que respiro es mucho más limpio y natural y el agua que bebo, directamente del grifo, podría ser más pura aunque no más buena que la que solía tomar embotellada.

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S. Aparicio Ramírez

Buenos días mundo

Me comentan que estos días está lloviendo y hace feo en Valencia y que, incluso mejor porque así no entran más ganas, aún si caben, de salir...