miércoles, 8 de septiembre de 2010

iPad se escribe con i

Cruzando el mar de Tasmania se encuentra la gigante y famosa Australia. Muchas son las diferencias que se podrían hacer de unas islas pequeñas y salvajes, como es en su conjunto New Zealand, comparándolo con la ciudad de Sydney ya que sólo la población de un país entero es la misma que la ciudad costera al sur-oeste australiano.

Durante seis días he estado fuera de este pequeño país pero ahora, ‘desgraciadamente’, ya estoy de vuelta. Se dieron por terminado unos días de auténtico placer. Esto se debe, en parte, a una compañía latina inmejorable. Conocí a Jackie, una chica de 23 años, mejicana, divertida y dispuesta a 'chupar' tequila todo el tiempo en los populares carnavales alemanes de Köln. Allí coincidimos en casa de mi gran amigo Josep y tras pasar unos días de disfraces y frío, cada uno volvió a su rutina diaria que por aquel entonces tenía. Eso era, estar repartidos por distintos países europeos como Francia, Alemania o Inglaterra, estudiando, o bien, trabajando. Después de un año y medio, vuelvo a encontrarme con Jackie y su sangre mejicana, alegre, latina, de piel morena y otras más percepciones invisibles que no se me ocurren, a lo mejor porque es latina y con eso basta, entonces ayuda, por supuesto, a que en Sydney me haya sentido acogida por una amiga que conocí disfrazada.

Harbour Bridge. Sydney, Australia

Ahora, tras pasar estos días en Sydney con ella y con su compañero de piso, me doy cuenta de lo grande y pequeño que es el mundo pues cuando nos despedimos a mediados de aquel febrero jamás figuramos volvernos a encontrar en esta isla de tamaño espeluznante. Pero aquí estamos. Puede ser que el estar trotando de un lado al otro tenga estas enormes coincidencias. En sus idas y venidas, el viajero sólo quiere divertirse, conocer, ayudar, ser ayudado e interesarse por una nueva ciudad que siempre abre las puertas a todo aventurero.

Así que como buena aventurera me atrevería a decir que Sydney me ha mostrado su cara más 'bonita'. Desde el primer momento he sentido como esta ciudad, 'bebé' en cuanto a su reciente desarrollo, adquiere un nivel de vida bastante alto. En parte, porque me he movido por entornos de alta élite y no he tenido la ocasión de visitar suburbios donde, probablemente, podría encontrarme familias de clase baja. No estoy segura de que las haya aunque tampoco puedo decir lo contrario. No obstante, también es verdad que a ojo de todo turista cuando se pasea por algunas de las calles más transitadas, como puede ser el Center District Business (Distrito céntrico de negocios) su aire es muy pero que muy yankee. Hora del lunch, hora punta: 12.30, móviles, blackberries, cafés, sandwiches, sushi, mucho sushi, trajes, i -lo que sea, corbatas, tacones, bolsos, portátiles, etc, etc. ¡Qué miedo! El tráfico está congestionado, no se oyen bocinas, pero se oyen los semáforos intermitentes cada vez que se pone en verde –también lo hace en New Zealand-. Es, sin duda, la hora de comer y la zona está a rebosar de trabajadores y turistas.

Por lo que si tuviera que utilizar una palabra para definir esta gran ciudad, lo primero que se me viene a la cabeza: sorprendente; y así es, después de andar un jueves, viernes o miércoles cualquiera, y ver todo esto. Su nivel adquisitivo me ha impresionado. Con una población de más de cuatro millones, una gran comunidad asiática e hindú y descendientes de ingleses y otros europeos, Sydney, es multicultural y ciudad de negocios. También lo es de ocio. En cada esquina tienes un bar, cafetería, discoteca o restaurante. Además, al tratarse de una ciudad costera, son muchos los que a diario se desplazan a Bondi Beach para surfear en su larga playa o hacer cualquier tipo de deporte alrededor de su paseo. Nada alarmante viniendo del país de aventuras y riesgo por excelencia, pero siempre llama la atención.

Y una vez más digo "sorprendente Sydney" cuando antes de viajar no me podía imaginar el tipo de ciudad que era. De hecho, me imaginaba que habría una red de metro bastante avanzada y un sinfín de transportes públicos para que los más de cuatro millones se movieran a diario. Sin embargo, no estoy del todo en lo cierto; el centro se une por un tranvía circular, elevado a unos cuantos metros del suelo, y los distritos, por trenes y no metros. El resto de población conduce su propio automóvil. Percibí una vida relajada y cómoda, algo individualista, viviendo el día a día, enchufados continuamente a nuevas tecnologías... Tanto es así, que cuando me disponía a coger el último tren al aeropuerto, el chico que esperaba conmigo desde las 4.45 de la mañana y hasta las 5.09, escuchaba música y jugaba con su iPad, la iPad que se escribe con i, tan sumergido estaba que yo, desde la puerta del convoy, no le pude avisar que su -nuestro- tren ya partía. 

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S. Aparicio Ramírez

2 comentarios:

  1. Magnífica descricción, como siempre. Personal y fiel a tu estilo:me gusta!
    Besos.
    Carmen

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  2. No se como llegue a este blog, estaba buscando si era cierto si el ipad se escribe iPad o Ipad pero el contenido me acabo por confundir más...

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