viernes, 21 de mayo de 2010

¡Qué suene la música!



Un día lluvioso en Dunedin augura la entrada del invierno. Se trata de uno de esos días grises y nublados que dan que pensar en cosas más allá de las cotidianas, como por ejemplo, de los pequeños y delirantes secretos que esta ciudad me muestra cada día. La sensación que tengo ahora mismo se parece a la que pueda tener un disco de música, llegado el momento de insertarlo y seguido de su característico zumbido cuando la célula fotoeléctrica empieza a leer las pistas. Finalmente, pasados unos segundos, comienza a sonar su primera canción. A veces, si el cd se ha escuchado muchas veces, te asustas con alguna que otra canción pues ésta está rallada. Se pierden, así, las magníficas letras que sonaban al principio y que por lo tanto, ya no volverán a sonar bien, de hecho, muy probablemente es que ya no puedas volver a escucharlas desde ese mismo cd. Tal vez, el audio esté dañado por culpa de las canciones favoritas, pero entonces, cuando más se reproduce y suenan las siguientes, descubres que éstas también te gustan, que son parecidas aunque sus letras lanzan otros mensajes. Así cuando crees que has adquirido todas las primeras sensaciones, llega el momento de apretar el play y saltar la canción o canciones inteligibles para que el disco siga girando. Y ¡cómo molesta a los oídos cuando la canción no se escucha bien!
Mi cuerpo rueda al mismo compás que un cd, más confidente y caliente, más acoplado a una sociedad que poco tiene que ver con la europea (¿englobamos a Inglaterra en este término? No, mejor dejarlos en sus islas y con su Reina madre. En ambos casos son puntos de unión). Y si yo soy el disco, un particular susurro en mi mente me obliga a recordar y comparar, instintivamente, las anteriores sinfonías escuchadas y así llegar a recuperar algunos de los momentos ya vividos. Pero resulta que aquí y ahora la canción retumba a otro ritmo. Las costumbres kiwis comienzan a acelerarse y van convirtiéndose en mías también.
Y entre toda mi colección de discos encuentro significativos datos que me ayudan a escuchar, esta vez de otra manera, una nueva balada. Las nuevas melodías son abundantes, es por eso que en Dunedin la música no se ralla y con cada nota que tropiezo hay algo más que me gusta. No puedo encontrar nada en el disco que me haga escuchar una pista una y otra vez porque todo suena diferente. Tampoco los días de la semana canturrean del mismo modo. El día de hoy fue lluvioso pero mañana quizás salga el sol, y pasado esté nublado. Y aunque inconscientemente me proponga poner una nota a cada movimiento, el efecto es que cada canción acaba siendo un nuevo poema.
En una ciudad estudiantil, pequeña y otoñal las notas se las lleva el viento. Pero lo que la hace distinta son esos sitios bohemios y discretos donde encontrar a los mejores cantantes. En calles oscuras las mejores sopas de letras. En bares insospechados oír una serie de voces antiguas. Y dónde hay modestos estudios de arte, descubres sofisticadas salas de concierto.


Por eso que si algo tengo que destacar en Dunedin es la originalidad de sus sitios. Esta ciudad cuenta con distintos estilos musicales dirigidos a todos esos intérpretes. Cada lugar esconde un pequeño secreto y hay pocos bienaventurados forasteros que lo encuentran. Quien lo hace, y este es mi caso, es porque ha sido conducido hasta allí. Una extranjera no podría haber entrado en un lugar donde su apariencia es fría y deshabitada (yo no lo hubiera hecho por desconfianza). Es por eso, que es bueno decir, que la compañía siempre ayuda. A partir de entonces, la música no se aprecia igual. Así, empieza a sonar otra canción y al final es el tiempo el que me hace sentir más cómoda y satisfecha. Lo cual hace que cada segundo de la melodía me empiece a gustar más y más. Sin embargo, no hay que olvidar, que el cd tiene algunos segundos en blanco, donde no se oye nada, son mínimos pero son necesarios. Ese expectante tiempo me sirve para valorar la canción y para darle un sentido.


Entonces, podría decir que estoy entre ese intervalo, a punto de escuchar una nueva sinfonía. Este disco llega cargado de notas agudas. Vivir con otras seis chicas va a cambiar el título a mi kiwi cd. Me dispondré a crear una nueva orquesta y durante los siguientes siete meses espero que, a parte de ser mis compañeras de piso, sean también, mis acompañantes en la banda. Por el momento, ya con el cd en marcha la siguiente canción ha sonado con un estilo melódico, ambiental y lleno de numerosos subestilos que sería incapaz de describir. El primer contacto ellas reflejaron placidez y confianza. La vida conjuntamente, como cocinar, cenar, hablar y mantener estrechas relaciones, construidas entre todas, creará uno de los mejores coros. Es my típico entre los kiwis que las cosas se hagan relajadas y con sintonía. Quizás la canción me guste tanto que acabe rallando el disco. Eso sí, yo pondré mi nota en cada momento para, que al menos, suene mejor. 


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S. Aparicio Ramírez

1 comentario:

  1. Nos ha gustado mucho el simil utilizado,para describir tus sensaciones ..te seguimos animando a que tu musica suene con buen ritmo ...Besos

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Buenos días mundo

Me comentan que estos días está lloviendo y hace feo en Valencia y que, incluso mejor porque así no entran más ganas, aún si caben, de salir...